RAMÓN Buxarráis, el anciano obispo que vive en Melilla, todos los sábados atiende a quien lo necesita en la parroquia del Sagrado Corazón. Una mesa, dos sillas y un obispo esperan a gentes de todo tiempo y lugar. Hablan con él, lloran con él, ríen con él. Es el chiringuito del padre Ramón. Él mismo lo definió así en una divertida conversación que mantuvimos hace años. Este espacio también será durante el verano un chiringuito. Me gustó la expresión. Creo que recoge la filosofía de esta columna. Por aquí también pasarán historias muy humanas con nombres y rostros propios.

Ha sido un niño el único salvado de las aguas. Las costas andaluzas han visto esta semana cómo nueve niños, con edades comprendidas entre doce meses y cuatro años, han perdido la vida. Sólo uno la salvó.

Una tragedia de estas características arranca declaraciones contundentes del presidente español José Luis Rodríguez: "Es un drama terrible, casi insoportable." Pues sí. Y si le quitamos el casi, mejor. Porque este viaje supondrá, salvo que por razones humanitarias se dé la vuelta a la tortilla, un viaje de ida y vuelta. Y además porque a los protagonistas de esta travesía se les susurra al oído, como espada de Damocles, la nueva directiva sobre retorno de inmigrantes que ha aprobado la Unión Europea.

Esta directiva ha sido contestada por la Iglesia Católica. Porque entre otras iniciativas impulsa la creación de centros de detención para menores extranjeros no acompañados. Esto supone una vulneración flagrante de la Convención de los Derechos del Niño, tratando como "inmigrantes clandestinos" a los niños y niñas.

Quienes aprobaron esta directiva no pensaron seguramente en sus hijos, porque colocaron a los menores en la categoría de extranjeros, no de niños.

Mientras tanto, el pequeño salvado de las aguas, el único bebé superviviente de la tragedia almeriense, se recupera en el hospital ante la atenta mirada de su mamá.