TODO pasa y todo queda. Aunque algunos animales pasan de quedarse. Málaga es una región con una variedad zoológica admirable... y frágil. Desaparecen de los montes y de los corrales. No, la crisis no ha resucitado aún al robagallinas. Pero hay especies dimisionarias a las que echaremos de menos en la granja cuando se vayan y no vuelvan como oscuras golondrinas.

Uno de los motivos por los que muchos animales se abstuvieron de esfumarse en un entorno áspero fue que servían a los hombres. Criaturas torpes, poco aptas para dejarlas sueltas por esas selvas de Dios pero de leche abundante, lana espumosa o muslos sabrosos. Además, quienes las criaban aprendieron a encastarlas y lograr generaciones más interesantes... para los criadores. La vaca pajuna, que tiraba del yugo, no es competencia frente al tractor; menos aún en estos tiempos, cuando los yugos (y las flechas) están tan mal vistos. Como carne todavía podía valer; hasta hace poco: cada vez sale menos rentable. Se cuida mientras se aprovecha. Si no se aprovecha queda en manos de la administración pública o instituciones benéficas independientes. Pero hay más cuernos que subvenciones: la cabra blanca serrana andaluza -que no da carne, ni leche ni nada- sigue un no demasiado lento camino de cabras hacia la extinción. La intervención gubernamental podría salvarla pero lleva la velocidad del caracol cabrilla, que, por lo que veo en los bares de tapas, me parece que no se extingue.

Hay animales, que nos hemos encontrado o hemos sintetizado, que no sabrían vivir sin hombres. A estas alturas ni nuestro esfuerzo garantiza su supervivencia -lo que están sudando con el lince ibérico-. En Zimbawe salvaron a los elefantes del exterminio concediéndolos a las tribus como propiedad privada. Hoy se caza con limitaciones -es un atractivo turístico- y el comercio de marfil ya no interesa. O se le encuentra una utilidad a la cabra blanca o hasta luego Lucas. Y aunque no tanto como un elefante, adorna el paisaje y atrae visitas. Ya sirve para algo.

Leyendo sobre esto en el periódico me acordé del mejor argumento en favor de las corridas. Se lo escuché a Espartaco. Ni ceremonias ancestrales, ni ritual de la sangre ni rábanos: si desaparece la lidia de los toros desaparece el toro de lidia. En las recientes conferencias cuestionando la fiesta nacional (se cuestiona tanto si es fiesta como si es nacional) un experto puso un rejón en la mesa y preguntó si algo así no duele. Yo contestaría si pesase 600 kilos, tuviese el sistema nervioso y la autoconsciencia de un toro y me hubiera puesto Campanero el mayoral. Como procuro alejarme de las torrijas y mientras tecleo me hace sufrir un padrastro sólo puedo proponer al experto que al próximo toro indultado se lo lleve a su casa. Y de paso se baje por aquí para acoger una cabra blanca, una vaca pajuna y algún concejal de urbanismo.

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