La calle Álamos en 1931.

La calle Álamos en 1931. / M. H.

El 14 de abril de 1931 nació la Segunda República Española, pero lejos de traer debajo del brazo un estado de progreso, paz y tranquilidad, los ánimos comenzaron a caldearse hasta que se produjo, en palabras del historiador José Jiménez Guerrero, una “fractura tremenda entre católicos conservadores e izquierdistas”. Los días 11 y 12 del mes de mayo de este primer año de vida republicana, Málaga vivó uno de los episodios más tristes y salvajes de su historia. Málaga ardía por los cuatro costados. Fueron dos trágicos días. Dos días en los que Málaga perdió entre las llamas gran parte de su patrimonio artístico, religioso, cultural y documental. Ardieron siglos de historia de Málaga. Unas llamas prendidas por unos bárbaros incultos y exacerbados anticlericales que pensaban que con eso iban a conseguir que la clase obrera alcanzara los cielos. Ardieron más de 40 edificios entre iglesias, conventos, colegios religiosos, edificios de familias pertenecientes a la burguesía malagueña o a la prensa conservadora; y con ellos, valiosos enseres litúrgicos, tallas como el Cristo de Mena o pinturas como cuadros de Alonso Cano, y documentación histórica sensible, como los registros de bautizos y fallecimientos. Algunas iglesias desaparecieron para siempre como la de Aurora María, sita junto al río Guadalmedina, en la entrada a calle Mármoles, o la de la Merced en la plaza conocida por su nombre.

Estos sucesos se dieron en otras ciudades de España pero no con la virulencia que en Málaga. Ante esos terribles acaecimientos T. L. Oliver, amante del orden, de la ley, de la convivencia, no entendía nada, pero aún menos entendió que le ordenaron mantenerse en el cuartel sin intervenir para evitar aquella barbarie. Si bien en sus comienzos la Guardia Civil terció para aplacar los ánimos y detener a los activistas de tales barbaries, pero de inmediato recibieron orden, del que por entonces era gobernador militar de Málaga, Juan García Gómez-Caminero, de retirase a sus acuartelamientos. Esta orden fue decisiva para que la quema de edificios se generalizara por toda la ciudad. A más de eso, sucedió que, en la mayoría de los casos, las hordas anticlericales sabotearan la intervención de los bomberos.

La lectura que hizo el Gobierno de la República de tales sucesos fue que había que tomar medidas, una expulsando a los jesuitas y otra quitándole a la Iglesia el ejercicio de la enseñanza. Está claro, no hay mejor medida. Para que nadie agreda a otro, se le aniquila, al otro. Si me molesta la oposición lo meto en la cárcel, lo elimino o lo extradito. Práctica bastante usual en regímenes autoritarios. Como Putin, por poner un ejemplo. Otra de las consecuencias de estos sucesos fue que desapareció la Semana Santa malagueña. Durante los años 1932, 33 y 34, las cofradías no pudieron sacar en procesión sus tronos, aparte de que muchas de ellas se habían quedado sin imágenes que sacar. Se las habían quemado. El periódico de izquierdas Rebelión, muy contento por ello, anunció: “No hubo procesiones. Cristo ha sido un parado más. Los mismos que condenan al paro al obrero español, le han condenado a él. No ha sido necesario que lo saquen en procesión”. La incultura y la barbarie siempre tiene como aliado al odio y la aniquilación del odiado, pensó T. L. Oliver.

Aquel año de 1932 fue también movidito. En realidad lo fueron todos los años que duró la Segunda República. “Para cada acción hay una reacción igual y en sentido opuesto”, dice la tercera ley de Newton, lo que nos lleva a la ley de causa y efecto, esto es, que todo efecto tiene una causa. Por eso, en el estudio de la historia, no se le puede poner coto al tiempo, porque lo que sucede en un tiempo determinado es consecuencia de lo sucedido en un tiempo anterior. Vengo a decir con esto que juzgar el efecto, obviando la causa es un fraude a los que vienen detrás. Constituye un engaño para sesgar, por intereses espurios, el conocimiento. Eso también es propio de las dictaduras o regímenes autoritarios.

En enero de dicho año apareció un nuevo partido de tendencia derechista que encabezó José María Gil Robles, llamado Acción Nacional, que se presentó en Málaga en el Teatro Cervantes. Su lema “Religión, familia, orden, trabajo y propiedad” dejaba claro que era un movimiento en defensa de la religión frente al anticlericalismo republicano. Este partido tuvo en nuestra capital el apoyo del diario La Unión Mercantil que, por su editorial de tendencia monárquica, grupos de exaltados lo asaltaron e incendiaron. Por cierto que entre sus asaltantes estaba un personaje de triste memoria, Benjamín Ruiz, conocido por “el Negro”, de origen cubano, que fue detenido por su participación también, entre otros edificios religiosos, en el ataque al palacio episcopal, en el que el obispo Don Manuel González tuvo que salir por pies para no salir chamuscado. Este obispo fue tío del teólogo y canónigo de la catedral de Málaga, Don José María González Ruiz, con el que mantuve una buena amistad.

También en enero, la CNT convocó una huelga general del transporte. Tranvías, taxis y autobuses, se quedaron en las cocheras. No faltaron acciones violentas, especialmente en la Trinidad y el Perchel, donde hubo tiroteos con graves consecuencias. El día 25 de este mes, tres individuos dispararon contra un autobús de la policía. Estos tiroteos fueron siendo cada vez más frecuentes en la Málaga republicana. También en este mes se publicó el decreto de disolución de la Compañía de Jesús y el pueblo de Alozaina intentó proclamarse república soviética; En Mollina detuvieron al alcalde, al juez y a varios concejales, por preparar una revolución y, en junio, en Archidona, hubo un enfrentamiento entre campesinos y la Guardia Civil que dejó dos muertos y numerosos heridos. En agosto, Málaga se puso en alerta. Se ordenó el inmediato acuartelamiento de las tropas y a los Guardias de asalto se les situó en los sitios estratégicos. Todo porque llegó la noticia de que el general Sanjurjo había tomado Sevilla. Y como colofón del año, en diciembre, en la Serranía de Ronda, murió por disparos de la Guardia Civil, el bandido y sanguinario asesino en serie, nacido en Igualeja, Francisco Flores Arocha, considerado el penúltimo bandolero de la citada Serranía. El último fue Juan Mingolla Gallardo, alias Pasos Largos que murió en 1934 a también a manos de la Guardia Civil.

En medio de todo ello, T. L. Oliver, escribe el siguiente atestado: “T. L. Oliver guardia segundo de la quinta Compañía de la Comandancia de la Guardia Civil de Málaga, perteneciente al puesto de Poniente, por el presente atestado hace constar: que prestando el servicio de correrías acompañado del de mi clase, José Ribero Ternero, de la misma comandancia y destacamento, serían como las diez horas del día treinta y uno de octubre del año mil novecientos treinta y dos, tuvieron conocimiento de que en los portales de Gómez de esta demarcación, habían matado a un hombre; seguidamente nos personamos en dicho sitio, encontrando que en la casa número dos de dichos portales se encontraba el que dijo llamarse José Sánchez Pérez de veinte años de edad, natural de Málaga, de estado soltero, de oficio jornalero, que manifestó ser el autor de la muerte causada, aunque involuntariamente, a su convecino habitante en el portal número cinco, llamado Juan Rodríguez Ruiz, de diez y nueve años de edad, natural de Málaga, de estado soltero y de oficio jornalero, el que yacía en tierra al parecer cadáver, ensangrentado y en forma supina, con una herida en el pecho (lado izquierdo) que se había ocasionado porque estando él cargando una pistola de dos cañones marca Lefaucheux, de culata de madera de nogal labrada, llegó el interfecto y en actitud de broma quiso apoderarse del arma y él no se la dejó y en el forcejeo se disparó el arma que le hirió mortalmente. Que no tiene licencia para su uso y no teniendo más que alegar. Habiéndose dado aviso, por medio de oficio, al señor Juez de Instrucción de Santo Domingo, donde corresponde, se presentó a las doce horas del día, mes y año arriba expresados, al que se le hizo entrega del presente atestado que consta de un folio sin la cubierta, arma y detenido, a los efectos de justicia, dignándose la mentada autoridad facilitarnos oportuno recibo de todo una vez firmados por el detenido, guardia auxiliar de pareja y el que certifica”.

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