Hace unos días salió publicado el estudio Turismofobia en los centros históricos: el caso de Málaga, auspiciado por la Universidad de Málaga y la Universidad Autónoma de México, con algunos datos reveladores. Parte del estudio se sustenta en encuestas realizadas a una muestra de 400 residentes en el centro, de los que el 72,2%, por ejemplo, dicen estar muy cansados de la suciedad y los malos olores derivados del turismo; el 84,9% afirman estar muy cansados de turistas borrachos, y el 64,3% lamentan en el mayor grado que no exista o no se aplique la normativa municipal para regular la actividad turística. Uno de los datos merecedores de mayor atención tiene que ver con el grado de cansancio respecto a la transformación del centro como un espacio exclusivamente reservado a los turistas, es decir, eso que llaman la turistificación: un 25,1% de los encuestados aseguran no tener problemas al respecto, un 13,5% señalan que están algo cansados y el 61,4% aseguran estar muy hartos, lo que responde a una percepción real por más que algunos quieran tachar esta deriva de cuento de hadas. Pero no menos decisivas son las respuestas al grado de turismofobia que acusan los vecinos: un 22,2% de los encuestados se identifican con la opción nada / muy poco, el 60,3% con la opción algo y el 17,5% con la opción mucho. A tenor de este último criterio, la UMA concluye, en un alarde de entusiasmo, que una "mayoría" de vecinos del centro, correspondiente además a los encuestados de mayor edad, se consideran turismofílicos y destacan los beneficios de la actividad turística del centro. Y sin embargo, bueno, la verdad es que la opción mayoritaria, la del 60,3%, se corresponde con quienes se identifican algo con la turismofobia. Por otra parte, habrá que ver en qué medida el rechazo a la turismofobia implica incurrir en la turismofilia, sobre la que no se pregunta en la encuesta en ningún momento. Si se trataba de aferrarse a un clavo ardiendo para justificar la política municipal en la materia, cabe pedir más rigor.

Porque igual los responsables encargados de interpretar los datos esperaban una avalancha de turismofobia que no ha tenido lugar. Pero esto se debe, ante todo, a que el mero término turismofobia entraña una trampa conceptual inventada e impuesta por el marketing estadístico, uno de los males de nuestro tiempo. Claro que no hay una mayoría de vecinos del centro que odien a los turistas. El problema es la facilidad con la que se ha asumido el prejuicio por el que reclamar la regulación pendiente, reivindicar el derecho al descanso y defender la identidad del centro como algo más que un parque temático para turistas significa, sine qua non, hacer gala de turismofobia. Aquí no se trata de odiar a nadie. Ningún malagueño en su sano juicio rechazaría la actividad turística que sostiene a su ciudad. Se trata de regular esa actividad, de armonizarla, de encontrar soluciones, porque la barra libre tampoco nos conduce a nada bueno y ésa es justo la impresión que desprendemos. Por ahora.

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