Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Vulcano

Aveces las desgracias se ceban con una persona, una familia, una comunidad… Hay veces en que ese ensañamiento no es del todo ajeno al modo de ser y de actuar de las persona, a las siniestras pautas de conductas de las familias, a la repetición de errores y de falta de visión política de una comunidad, e incluso de todo un país, y, entonces, las desgracias son setas venenosas que los propios afectados cultivan con morbosa dedicación, como si en el fondo buscaran el dolor, la pobreza, la muerte, el futuro oscuro. Sin embargo, otras veces, las desgracias -por así decirlo- vienen solas, sin haber hecho nada para merecerlas, sin poder hacer nada para prevenirlas, como si parte del destino (y de la felicidad y de las desgracias) de los hombres dependiera del capricho de un dios sordo y ciego, del azar, de la fatalidad.

Un río de fuego y lava recorre La Palma, dejando a su paso una herida abierta y dolorosa de destrucción, miseria, penas, vidas destrozadas, sueños rotos… Hasta el momento, han sido evacuadas miles de personas que, como usted y como yo, solo quieren vivir en paz, mientras pagan la subida de la luz, la cuenta del supermercado o la hipoteca de una casa que ya no volverán a habitar; cientos de edificaciones han sufrido daños, muchos de ellos irreparables; la lava incandescente cubre ya parte de la isla, mientras prosiguen las sacudidas y sobresaltos de las explosiones de bajo nivel; la columna eruptiva alcanza una altura kilométrica sobre el nivel del mar; miles de toneladas de dióxido de azufre se eructan diariamente a la atmósfera; una perezosa ola gigante de magma y fuego avanza lentamente hacia el océano... Es la furia de la naturaleza desatada, frente a la cual poco podemos hacer los mortales; la furia destructiva de Vulcano: el dios Hefesto de los griegos -hazmerreir de los otros dioses del Olimpo, feo, lisiado, cornudo, hacendoso, capaz por su capricho de construir para los dioses las joyas más bellas, las armas más letales, o de levantar para los hombres, entre otros muchos edenes, las Islas Canarias-. Pero no hay que fiarse, se trata de un dios; es decir, de un ser inmortal, poderoso, antojadizo, y en su veleidosa arbitrariedad puede decidir en un instante la destrucción de todo lo que ha cimentado durante años.

¿Y los hombres? ¿Qué podemos hacer los hombres frente a esto? Poco. Insistir en nuestro empeño en alcanzar un lugar bajo el sol digno para vivir, no guarrear demasiado a la madre tierra, solidarizarnos con hechos y palabras con los más desfavorecidos, en esta ocasión con los palmeros (censurando, además, a los políticos oportunistas y a los "expertos" tertulianos en vulcanología; por cierto, los que ayer mismo eran expertos inmunólogos), mientras la tierra, el sol, el mar, el aire y el fuego van haciendo de nuevo su trabajo reparador, con el tempus que le es propio, aunque ese tiempo cosmológico pueda resultar desesperadamente lento para los humanos. Echemos, pues, una mano solidaria a los palmeros, y el que pueda que contemple sin peligro la belleza sublime y desbastadora de la naturaleza desatada. Por cierto, si les apetece y puesto que estamos con los caprichos de Vulcano, en vez de cacarear, lean Bajo el volcán, de M. Lowry, una de las mejores novelas del siglo XX, o vean la película Stromboli, tierra de Dios, de R. Rossellini.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios