letra pequeña

Javier Navas

En descargo del cargo

LEÍ en la edición digital de Málaga Hoy: el Ayuntamiento de Rincón de la Victoria quiere suprimir los complementos salariales. Podría ser otra noticia en Villagorrinos de la Marquesa, eso ahora nos da lo mismo. Los comentaristas (el comentario inmediato del lector es el mayor hallazgo del periódico digital, que ya no sirve para madurar plátanos) afean al alcalde que endilgue al personal las medidas de austeridad. Alguien menta a los cargos de confianza y abre la veda: después todo son puyazos contra los cargos de confianza. Comparando con los comentarios de más páginas locales, se ve que el cargo de confianza es un lugar común, un trending topic. Los ciudadanos están notablemente preocupados por esta criatura municipal que no se sabe bien qué hace pero que no falta en ningún ayuntamiento. No es uno de los empleados, sobre cuya probidad puede haber sospechas, pero de quienes el lector se siente cercano. No es un político, que al menos da la cara aunque sea para que se la partan. El cargo de libre designación es siempre el advenedizo, el parásito, ese al que han puesto ahí. Pero quizá tenga mayor cometido del que a primera vista aparenta.

Sobre el papel, el político que llega a un ayuntamiento sabe lo que quiere hacer y el trabajador sabe cómo hacerlo. Eso, sobre el papel. En la práctica, el político no tiene ni idea de las minucias de la gestión; accedió al poder gracias a su popularidad, sus grandes palabras, su visión de futuro... y suele necesitar unas gafas de cerca. Sus carencias podría suplirlas un técnico competente. Pero el técnico está en lo suyo, cumple sin proponer, para funcionar le hacen falta órdenes precisas, de las que nunca vienen en los vaporosos programas electorales. Por no hablar de que su lealtad puede estar comprometida con el equipo saliente. Ahí interviene el cargo de libre designación: una bisagra engrasada, consejero y oficinista a la vez, diligente con el ideario y con las ordenanzas. Además, las ejecutivas de los partidos siempre tienen algo que decir en su nombramiento y lo usan como método de marcación a héroes locales que podrían desmadrarse. A veces aparece una persona que junta los atributos positivos del político y del cargo de confianza: administrador hábil, fiel al partido, con suficiente tirón para ir en la foto de campaña y conocimiento de los rincones de la casa consistorial. Un fenómeno bastante raro. Lo normal es que haya uno que se retrate sonriente y otro que apechugue con el trabajo discreto, feo y chusquero.

Muchos ayuntamientos no sabrían salir adelante sin estos hombres y mujeres, devotos y grises y no siempre tan deshonestos como se cree. En algunos casos habría que plantearse si quien sobra no es el jefe.

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