Tinta con limón

josé L. Malo /

diego y darío

ESTILO: dícese del concepto que viene a dar una vuelta de tuerca más al objetivo primordial del fútbol, ganar partidos. Puede que por herencia de Guardiola, vencer ya no basta, también hay que hacerlo con decoro.

No hablo de la fealdad que le achacan al Tata Martino por hacer que el Barcelona juegue al contragolpe ni de la lluvia de críticas a un Ancelotti al que aún no le han dado tiempo para marcar su impronta. Hablo de Diego Costa. Ya sabemos oficialmente que le ha dicho a Del Bosque que quiere jugar con España y que el seleccionador le ha contestado que el rojo le pega más que el amarillo. Ahora son la FIFA y la torpeza de la RFEF las que demoran su estreno burocráticamente. Momento para que regrese el debate de fondo: ¿encaja el laxo código moral del brasileño en la Roja o su tremendo fútbol está por encima de su personalidad?

Para mí sorpresa, he podido comprobar en todas las encuestas al respecto a las que he accedido que el español prefiere no ver el colchonero en su grupo triunfador. Pesan más sus feos, los cuales, ojo, tampoco se pueden ignorar. Puestos a ser ahora escrupulosos, dejemos de llevar también a Arbeloa, al que en los partidos de alta tensión se le multiplican los codos. O a Busquets, al que parecen estar estirpándole el bazo sin anestesia cuando alguien pasa por su lado. Y a Soldado, un tipo insoportable para defensas y árbitros. Recuerden las versiones acaloradas de Sergio Ramos y Piqué en los clásicos para tener un análisis más completo. Supongo que esos aficionados que echan a Costa son también los mismos que aplauden que Pepe Reina vaya como tercer portero porque hace falta un bufón en la caseta.

Creo que a día de hoy hay pocos delanteros en el mundo al nivel de Diego Costa. Y no es sólo un momento de forma. El año pasado puso un listón sobresaliente que en este arranque está pulverizando. Estamos ante uno de los mejores atacantes del mundo en los próximos años. Eso sin hablar del gustazo de quitarle otro futbolista a Brasil o de imaginar a Diego Costa marcando el gol que nos dé el segundo Mundial ante la canarinha en su propia casa.

Diego Costa no es querubín, como tampoco lo era Darío Silva, tipo adorado con locura en Málaga y detestado hasta la saciedad entre sus rivales. Recuerdo mi primera entrevista con él, justo un día que se había peleado con Musampa y todos querían preguntarle. Le dije que creí que iba a anularla y me respondió: "¿Por qué? Yo soy un pura sangre, ya cabalgué con Kiki [Musampa] en el entrenamiento, nos pegamos y nos dimos un beso en el vestuario". A mí me habría encantado verlo en la selección española.

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