El espontáneo

Juan Cachón

La espera de lo inesperado

TENGO entre múltiples manías la de leer varios libros a la vez y dependiendo del estado de ánimo, de las noticias, de los acontecimientos, así me decido por uno o por otro. Este año que se nos va ha coincidido con varias fechas clave en el devenir del homo sapiens, ha servido como revulsivo para abrir el baúl de los recuerdos y, como de un pequeño y polvoriento desván, se han ido desempolvando personajes que con el tiempo se tenían arrumbados y que lúcidas mentes nos los están mostrando vigentes. El caso más inmediato es el del intelectual Gregorio Marañón, con su reedición del Conde Duque de Olivares o la pasión de mandar, Tiberio o Historia de un resentimiento, y el último de todos ellos, Antonio Pérez, la vigencia de Beckett, Ionesco y Adamoz con su teatro del absurdo, la insigne figura de Miguel de Unamuno con sus soberbias contradicciones. Posiblemente, si no hubiese sido el año que se nos va, 2010, posiblemente digo, a lo mejor no se hubiese desempolvado el diván de los recuerdos. La coincidencia de los 52 años de la Declaración de los Derechos Humanos, los 51 años de la Declaración de los Derechos del Niño. Todo ello ha hecho a lo largo de 2010 correr un reguero de tinta y han salido personajes que, si no hubiese sido por la lotería de la historia que acaba en 10, repito, a lo mejor no se hubiesen resucitado.

Todo ello nos viene a recordar que la historia se repite, que es como una noria de un gran tiovivo, que no hay nada nuevo bajo el sol y que gigantes intelectuales como Marañón ya en el año 39 en París, en el exilio, habló del resentimiento, del malvado, que no es ni bueno ni malo, es eso, malvado, y eso lo tenemos ahora vigente con Fidel Castro, para muestra basta un botón. Y que lo que ahora esta izquierda que clama a los cuatro vientos que todo va bien (será para ellos), ha querido ensalzar con grandes fastos la figura del rey pudiente con el título ambiguo de Príncipe del Renacimiento, no está de más recordar que no fue esencialmente un alegre soberano renacentista, sino un triste y agobiado monarca de la Contrarreforma tan maquiavélico como sus adversarios. Marañón en su Antonio Pérez nos ofrece una imagen poco favorecedora del monarca "de alma gris". Me refiero, claro está, a la figura de Felipe II y esto lo decía Marañón en el año 1948, él que bien conocía por propia experiencia a los que en España suelen moverse en los aledaños del poder y la retórica al uso. Y para terminar, solamente reflexionar sobre uno de los últimos poemas de Samuel Beckett, el cual a pesar de Parménides "del camino de la nada o del no, mantente alejado, pues es un camino intransitable". Beckett deambula en esa senda que hay entre el ser y la nada, entre la presencia y la ausencia. Estas palabras son conscientes de lo inesperado y de lo que no se puede esperar, encontrará colmadas sus esperanzas.

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