Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

¿Qué hacemos con los antivacunas?

Como una Gorgona Medusa asesina, la Covid-19 sigue campando a sus anchas. Más de 250 millones de personas han enfermado y al menos 5 millones de pacientes han muerto. Incluso, según la OMS, el balance de la pandemia podría ser dos o tres veces más elevado que las cifras oficiales. Una tragedia descomunal a la que solo se puede poner límites con medidas de salud pública, asumiendo que, algunas de esas medidas, podrían conllevar restricciones en los derechos civiles. Para cortarle de un tajo la cabeza a la despiadada Gorgona Medusa, necesitamos las vacunas. La carga de evidencias científicas positivas que a lo largo del tiempo las vacunas en general y, más recientemente, las vacunas anti-Covid han ido generando, las han convertido en el más eficaz escudo de la razón y de la ciencia para controlar la pandemia.

Pero, ojo, tenemos problemas. Problemas de pobres y problemas de ricos. Problemas de personas que por razones generalmente económicas no pueden acceder a las vacunas, y problemas de personas que, digamos por razones cognitivas, no quieren acceder a las vacunas; o sea, los antivacunas, los cuales en algunos países se están convirtiendo en un problema de salud pública, con repercusiones negativas en la economía y la convivencia ciudadana, frente a las cuales los gobiernos pueden y deben tomar medidas. Por ejemplo, ante las cifras de contagio y el peligro de que el sistema de salud no pueda responder en tiempo y forma a las necesidades de la población, Austria ha decretado el confinamiento de los no vacunados y, a partir del 1 de febrero, la obligatoriedad de vacunarse en todo el país, al no alcanzar hasta ahora cifras razonables de vacunados con medidas "más respetuosas".

Las protestas contra las medidas gubernamentales frente a la Covid-19, promovidas en muchos países por elementos de la extrema derecha y grupos neonazis, siempre pendientes de pescar en lo más cenagoso de las aguas revueltas, arrancaron ya en el inicio de la pandemia con argumentos que se movían entre el delirio controlador y persecutorio, que parece habitar en las mentes más aleladas y calenturientas, hasta falaces proclamas "salubristas" y encendidas defensas de los derechos civiles (libertad individual, libertad de conciencia, libertad de pensamiento, libertad de creencia…). Ahora, y en tanto que los gobiernos acrecientan las medidas para proteger el bien común y los derechos de la mayoría -por supuesto, el derecho a la salud entre ellos-, se intensifican los movimientos "antivacunas", frente a los cuales no podemos responder desde la sinrazón o la prepotencia, inquisitorialmente, como los neonazis, sino haciendo lo que tenemos que hacer con sabiduría y con las manos tendidas del que intuye que, en algunos casos, esos antivacunas lo hacen desde la convicción más profunda y amparados por el más noble de los derechos: el derecho de pensar y actuar según la propia conciencia.

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