¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La lección del vinilo

El progreso es a veces necesario. Otras, sin embargo, es una auténtica estafa Mejillones a la jerezana Turista go home

Un rastreador de vinilos.

Un rastreador de vinilos. / DS

MI peluquero, el maestro Cristóbal González, es rockero. Para demostrarlo tiene una vitrina llena de discos, reproducciones de guitarras y una hermosa Hohner, la reina de las armónicas. Mientras me despoja de mi ya añorada melena plata me habla de cosas importantes: AC/DC, Rosendo, Barón Rojo... Lo hace pausada y sentenciosamente, con ese acento inconfundible de los aristócratas de barrio. Esta mañana salió el asunto de la fonografía (aunque en Sevilla quien de verdad sabe del asunto es don Pablo Ferrand). El maestro Cristóbal, como todos los que aman la música, es muy partidario del vinilo. Yo me he alistado a su facción y juntos llegamos a la conclusión de que el CD fue uno de los engaños masivos más espectaculares perpetrados por la industria contemporánea. Nos lo vendieron como eternos, y hoy apenas sirven para espantar palomas. Muchos, incluso, llegamos a regalar nuestras discotecas de singles y LP, y hoy tenemos pesadillas culturales, como las de la madre que ha dejado a su bebé en la puerta de la inclusa. Los discos, al igual que los libros y los espectros, tienen su orgullo y algún día volverán para pedirnos cuentas y atormentarnos.

El progreso, en todas sus facetas (política, social, tecnológica, etcétera), es a veces necesario. Otras, sin embargo, es una auténtica estafa. Lo hemos visto con los CD, el arte conceptual, la España plurinacional, el aborto irresponsable, o el gazpacho de bote. Al igual que hay voces que abogan por el decrecimiento económico para salvar el planeta, deberíamos plantearnos el desprogreso en algunos casos para salvar el alma. Si le apetece, llámelo directamente involución. Los desprogresistas o involucionistas no le tenemos miedo a las palabras. La industria del vinilo nos da pistas del camino a seguir. Durante los primeros años triunfantes del CD parecía que habían desaparecido definitivamente, pero poco después, cuando ya todos caímos en la cuenta de que habíamos sido víctimas de un espejismo, empezaron a surgir pequeños sellos y grupos de melómanos que volvieron a la vieja y añorada tecnología. Con el vinilo no solo regresó un sonido más cálido y envolvente, sino también la dignidad de sus usuarios.

No siempre el desprogreso es bueno (por nada del mundo volvería al cassette), pero podríamos hacer una lista de asuntos en los que involucionar para mejorar el mundo, o al menos nuestros alrededores físicos y espirituales. Por ejemplo, sustituyendo el smartphone por uno de esos Panzer-Nokia para que no te controlen poderes globalizados sin rostro o rezando el ángelus para marcar el mediodía y recordar a María un poco antes del aperitivo, ese otro ángelus pagano dedicado al dios Baco, profeta del vino y del mundo circular sin progreso.

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