LO bueno que tiene utilizar el mismo idioma es que es fácil entenderse los unos con los otros. Si una delegación oficial de Nicaragua visita España, el sentido común sugiere que no habrá problemas para que se dirijan a sus interlocutores de aquí en la hermosa lengua de Cervantes y se les conteste igualmente en español (en castellano, para ser más exactos). Todo queda en familia.

Y, sin embargo, problemas ha habido. No por que el lugar visitado por los hermanos nicaragüenses fuese Cataluña (seguro que no han encontrado dificultades para moverse en hoteles, restaurantes, comercios y calles), sino por que el político que les recibió en la Comisión de Solidaridad del Parlamento catalán se empeñó en hablarles en catalán. No les maltrató la Cataluña real, sino la Cataluña oficial.

El pollo se llama David Minoves, es director de la Agencia Catalana de Cooperación de la Generalitat -que arrastra polémica por irregularidades en el uso de tarjetas de crédito y dietas- y milita en Esquerra Republicana, el partido de Carod-Rovira. Como por nada del mundo Minoves podía renunciar un rato a expresarse en catalán, hubo que contratar a dos traductoras para que los veinte diputados de Nicaragua comprendieran lo que Minoves les decía y para traducir sus propias palabras al catalán. Hace un mes un alcalde salvadoreño intervino en la misma comisión parlamentaria. Habló y le hablaron en castellano. Natural.

Lo que no es natural, sino ridículo, es que visitantes de la América hispana vengan invitados a España y haya que pagar traducción simultánea en un acto oficial en el que participan. ¿Qué razón hay? Dado que hemos de suponer que el director de la Agencia Catalana de Cooperación conoce perfectamente el castellano (le obliga el artículo 3 de la Constitución: "El castellano es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla"), la única explicación posible es su obsesiva ansia de autoafirmación nacionalista. Si no se expresa en catalán, revienta, aunque ello suponga un despilfarro más del dinero de los contribuyentes.

Ciertamente, el catalán es en Cataluña tan oficial como el castellano (artículo 3 de la Constitución, igualmente). Pero ahí quería llegar yo: si David Minoves concibiera el idioma, igual que cualquier persona normal, como un instrumento para comunicarse mejor con sus semejantes, está claro que se habría dirigido en castellano a los nicaragüenses, que le habrían entendido sin necesidad de intermediarios. Al concebirlo como un signo de identidad particularista y excluyente, lo ha convertido en una barrera. Un muro. Más que de la vergüenza, del ridículo.

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