¡La mascarilla!

Vivimos en una época de gran incertidumbre que nos impulsa a despreciar la cortesía para entregarnos al griterío

La mascarilla!", me gritó el otro día la conductora de un autobús cuando subía a validar el billete (iba a escribir "bonobús" en vez de "billete", pero no quería introducir una cacofónica rima interna autobús/bonobús). Ya me había olvidado de que había que llevar mascarilla en los transportes públicos, pero lo que más me sorprendió fue el grado de agresividad que había en aquel grito, o más bien aullido iracundo que no venía a cuento porque ni siquiera me había dado tiempo a entrar en el autobús. ¿Había sufrido la conductora un súbito ataque de licantropía? No lo descartemos. La experiencia se repitió pocos días después, en otro autobús, cuando una pasajera volvió a recriminarme por no haberme puesto aún la mascarilla (me la estaba poniendo, lo juro). Fue otro grito cargado de desconfianza y desprecio que parecía surgir de un pozo muy profundo de hastío y frustración. Me temo que la vida de aquella pasajera no iba muy bien -quizá estaba enferma, o tenía que convivir continuamente con enfermos, o se había quedado sin trabajo, o tenía serios problemas económicos-, y aquel día me había tocado pagar las consecuencias.

Si lo pensamos bien, no hay ninguna causa real para gritar de esta manera contra alguien que no ha tenido tiempo de ponerse la mascarilla. La epidemia de Covid está en retroceso, y además nos podemos contagiar en la cola del supermercado tanto o más que en un bus o en un avión. Pero se ve que desde que empezó la pandemia se ha instalado entre nosotros una pulsión autoritaria que nos empuja a comportarnos de forma histérica contra ciertas personas a las que vemos como una molestia o como una posible amenaza. Y más aún cuando vivimos en una época de gran incertidumbre -económica, social, política- que nos impulsa a despreciar las fórmulas de cortesía para entregarnos al griterío y a la impetuosidad. La polarización política se alimenta de este tormentoso estado de ánimo que se ha apoderado de nosotros. Y la balanza, de momento, parece inclinarse hacia la derecha más gritona y más retrógrada. Basta pensar en Italia y en Suecia.

Vienen malos tiempos para la democracia representativa, la tibia democracia liberal con sus acuerdos y parlamentos y tediosas deliberaciones, esa democracia "burguesa" que tanto desprecio inspira entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Malos tiempos.

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