Tomás García Azcárate

Los mercados agrarios mundiales hablan chino

Las inversiones empresariales en el primer mundo marcan la nueva estrategia

EN las décadas de los 70 y los 80, la Unión Soviética era El Mercado. Bastaba con que los camaradas soviéticos, o sus representantes más tradicionales como Interagra y Doumeng, se asomaran por los mercados para que los precios se dispararan. Hoy, todos los analistas miran a China.

China y sus compradores son hoy El Mercado. Importan el 80% de la soja que consumen; van a ser esta campaña de comercialización con toda probabilidad los primeros importadores de trigo, ya lo eran de maíz. El consumo de carne de cerdo y pollo explota; cada año son 20 millones de chinos los que emigran del campo a las ciudades de la costa este del país.

Los dirigentes chinos están confrontados a un gran dilema. Por un lado, son conscientes de la importancia de asegurar un grado suficiente de seguridad alimentaria; por otro, tienen que asegurar la paz social y esto pasa por alimentar convenientemente a las ciudades. Por un lado, las nuevas clases media y alta están adoptando pautas más occidentales de consumo (me resisto a escribir más "modernas" de consumo, ¿qué es la "modernidad"?); por otro, hay que mantener en pie a la agricultura tradicional.

Los dirigentes chinos son perfectamente conscientes de su poder. Saben que fueron ellos, con la acumulación de existencias brutal que hicieron antes de los Juegos Olímpicos y el parón de sus fábricas y compras luego, en parte, responsables del colapso de los precios de 2009. Saben que con sus reservas de divisas mantienen bajo transfusión sanguínea nada menos que a la economía americana, que es como decir la economía mundial.

Pero también saben que son un gigante con pies de arcilla. Su escenario catástrofe es la implosión del país, el último gran imperio que queda una vez explotó la Unión Soviética. Mantener las tensiones entre el campo y la ciudad bajo control; entre las ciudades costeras y el interior del país; evitar que los dirigentes locales del Partido se transformen en reyes de taifas; éstas son sus preocupaciones fundamentales.

Para ello, es necesario luchar contra la corrupción; mantener una tasa de crecimiento suficiente; controlar la contaminación en las grandes ciudades que se han vuelto irrespirables y… mantener una seguridad en los abastecimientos.

Estamos entrando en una nueva fase. Antes, los términos "seguridad alimentaria" y "autoabastecimiento" eran sinónimos. Hoy, ya no lo son. Conscientes de que no tiene sentido intentar producir en China los alimentos que necesitan, se han lanzado a controlar empresas en países terceros que les aseguren producción.

No estoy hablando de las inversiones en tierra en África o Ucrania, importantes pero anecdóticas. Estoy hablando de inversiones en empresas del primer mundo; de la compra de Smithfield, primer productor mundial de carne de cerdo, por la "empresa" china Shuanghui; de las inversiones en la Bretaña francesa en torres de deshidratación de leche para exportarla a China, por solo poner dos ejemplos entre los más recientes.

No nos confundamos. Éstas no son inversiones empresariales "normales". Pase lo que pase en los mercados, su política empresarial no va a estar guiada principalmente por la maximización del excedente empresarial. Los nuevos dirigentes tienen como norte la seguridad del abastecimiento chino. Por esto, por ejemplo, no han prestado ningún interés a la empresa española Campofrio, que no entra en el núcleo duro de sus preocupaciones.

Estas nuevas inversiones abren una nueva era en el comercio internacional. Lo mismo pasa, a una escala mucho más reducida por supuesto, con el mercado mundial de la alfalfa y las inversiones de los Emiratos árabes en España para controlar la producción y asegurarse su abastecimiento.

En las décadas de los 70 y los 80, gran parte del comercio mundial se guiaba por los acuerdos preferenciales, de la Unión Europea con los países de África, Caribe y Pacífico para el azúcar y el banano; de la Unión Soviética con los países del Comecon y Cuba… No era cuestión de ventajas comparativas, de competitividad y de precios, sino de conveniencia política.

En las décadas que se abren, veremos una parte creciente del comercio mundial de productos agrarios regirse por otra cosa que las leyes del mercado, con una lógica política patriótica incorporada a los genes de estos grandes conglomerados empresariales. Veremos también como muchos responsables políticos, al mismo tiempo que hablan de independencia nacional y alimentaria, entren en una carrera de ayudas y subvenciones para atraer estos inversores y dar así salida a los productos de su campo.

Esto no es ni bueno ni malo. Es, sencillamente, diferente y con estos nuevos mimbres tendremos que hacer los cestos.

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