Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Un cura en la corte de Sánchez
Hace días a la salida de una conferencia en el chiquero cultural de la Malagueta coincidí con un chavea de la escuela de tauromaquia. Un muchacho que irradiaba sutil elegancia de chándal y aplomo. Manejaba su scooter con los trastos de entrenar asomando por ahí, en concreto la empuñadura roja de su estoque. Por otros toriles nos ha salido la batalla cultural de un ministro pijomunista. Lo de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia en una Proposición No de Ley (PNL) y bastante malmete. La Fiesta Nacional depende como toda actividad económica de la capacidad de generar negocio. Un espectáculo que va mermando, incluso en Andalucía, y que por mucho que le asistan no precisa de más puntillas. Antaño disfrutaba hasta con el bombero torero, pero una tarde sacando fotos en el coso de Cenacheriland me estremeció el sufrimiento del quinto de la tarde. Entonces perdí el interés cosío. Sin tauromaquia no existirían reses bravas y se hubiera extinguido hasta el fachosférico toro de Osborne. La figura del matador como heroico atajo al éxito es recurso couché y touché. Ahora estos méritos ascensoriales para ingresar en la pomada se consiguen a través de hazañas futboleras y deportivas cuyos protagonistas también se juegan la vida. La aportación minotauro y picassiana a nuestra cultura se evidencia en el día a día. Lenguaje coloquial, arte y la unidad de trabajo más eficiente equiparable al pelotón de infantería: la cuadrilla. Paradigma ibérico de equipo multifuncional con alto rendimiento banderillero picador. Una aportación patria al destino universal como la tortilla de patatas, la paella, la guerrilla o el flamenco. El nuevo ministro descolonizador va a tener que borrar hasta los bisontes de Altamira en su escaramuza ideológica. El Centro Andaluz de las Letras está cursando la exposición “Cuadernos y lugares” dedicada al escritor y periodista Manuel Chaves Nogales. Autor de la biografía Juan Belmonte, matador de toros. La vida del Pasmo de Triana, un personaje que se codeó con Ortega y Gasset y Valle -Inclán. Una lectura recomendable incluso para los antitaurinos. Belmonte viajó por el mundo con baúles llenos de libros. Tirar cabras desde el campanario, putear vaquillas o arrancar la cabeza a mano a un ganso como se ha estilado en Lekeitio es una aberración. Lo de dar lanzadas al mundo del toro pasado y casi muerto, es otra provocación más de garrotazo fratricida, que pinta negra, goyesca e innecesaria.
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