Por qué no acaba la corrupción

La esquina

22 de junio 2025 - 03:10

Supongo que los actuales escándalos de corrupción política penalizarán la reputación de la democracia española en el mundo, que tanto brilló en sus inicios. Estamos en el puesto 46 (de un total de 180 países) en el último ranking publicado por Transparencia Internacional. Quizás ahora bajemos más, sobre todo en uno de los cuatro indicadores que baraja este organismo: el control de la corrupción precisamente.

Ahora bien, no se puede decir que nuestro Código Penal no castigue o castigue con poca severidad todas las conductas delictivas relacionadas con la corrupción. Tráfico de influencias, cohecho, malversación, prevaricación, apropiación indebida, fraude, pertenencia a organización criminal (en su caso)... todo se sanciona cuando se puede demostrar ante los tribunales.

¿Qué es lo que falla? Creo que la falta de voluntad política. En teoría todos los partidos políticos están en contra de la corrupción –de hecho la legislación para combatirla suele aprobarse por amplia mayoría–, pero todos y cada uno de ellos la afrontan con extremo sectarismo. La corrupción ajena se combate ferozmente y en todos los frentes (Parlamento, Justicia, prensa y redes), y sobre la propia se corre un tupido velo y, cuando ya no es posible ocultarla, se minimiza como algo anecdótico que ignoraban por completo todos los dirigentes y militantes. En fin, vale todo escándalo que desgasta al adversario y no importa ningún escándalo que implique y dañe al compañero.

Hemos llegado a esto degenerando, como el banderillero aupado a gobernador civil con el franquismo. Por necesidades del guión de la Transición democrática se potenció mucho el papel de los partidos políticos, subvencionándolos y asegurándoles gran presencia en las instituciones y en toda la vida pública. A la vez su funcionamiento y ambición exigían ingentes recursos (muchas sedes, muchos liberados, campañas constantes y costosas). Y así llegó la eclosión de los organizadores, tesoreros y fontaneros, encargados de cuadrar las cuentas y enjugar los déficits con cualquier método, fuera legal, ilegal o mediopensionista. Normalmente son gente muy leal, oscura y maniobrera, dispuesta a hacer lo que haya que hacer por el bien supremo, que es la salud financiera del partido. Normalmente se quedan parte del botín para sus bolsillos. Normalmente los líderes no quieren saber nada de sus prácticas. Normalmente los dejan caer en cuanto son descubiertos.

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