DE entre todas las historias tristes de la crisis quizás una de las más tristes sea hoy la historia de los africanos que deambulan por la provincia de Jaén reclamando inútilmente que les dejen trabajar en la recogida de la aceituna. Quieren ser aceituneros, nada altivos, y ni siquiera eso está a su alcance.

Como cada año, han acudido por miles a una de las campañas en las que el campo andaluz necesita más mano de obra en menos tiempo. Pero este año no es como los otros. Este año ha estallado la crisis y el trabajo lo han reclamado, y logrado, los vecinos de los pueblos de la propia geografía del olivar y muchos otros andaluces que no lo querían hasta ahora porque estaban mejor en la construcción y los servicios, y este año no tienen construcción ni servicios. Nuevos parados que buscan nuevas formas de subsistir.

La subsistencia también la persiguen los inmigrantes que se han ido concentrando en Jaén, en Úbeda, en Villacarrillo y otros pueblos, y ello a pesar de que la Junta de Andalucía ha propagado por toda España que este año no se necesitaban trabajadores extranjeros y que, en consecuencia, era inútil que se personaran en la zona. Pero la necesidad es más fuerte que la prudencia y el estómago más autoritario que el cerebro. El boca a boca y el recuerdo de otras temporadas en las que se pudo coger la aceituna incluso sin papeles hicieron el resto. Todavía hoy, cuando ya la seguridad de que no hay trabajo ha podido constatarse de manera fehaciente, son más los que siguen llegando que los que se han marchado en los autobuses pagados por ayuntamientos y oenegés.

Y llegan y se hacinan en angustiosa espera de una peonada que no echarán. Los que pueden, duermen en los albergues y polideportivos habilitados en los pueblos, que se demuestran cada día insuficientes. Por eso otros duermen en cajeros automáticos, estaciones de autobús o en la calle, al relente de estas madrugadas de frío. Comen, al menos una vez al día, porque existen Cáritas, la Cruz Roja y otros organismos en los que se depositan casi en exclusiva la compasión y la solidaridad de la que es capaz esta sociedad. No es mucha, desde luego. Así pasan los días, y las noches, miles de personas que, lo queramos o no, forman parte de nuestra realidad. Muchas de ellas ni engordan las estadísticas del desempleo, porque nunca han tenido empleo ni disponen de la documentación que se requiere para ser un número más en la cifra de los tres millones de parados. Su anonimato es aún mayor.

Uno de ellos comentaba en el periódico: "Aquí hay miseria, pero ¿dónde voy a ir? En todos los sitios estamos igual". Y aún estaba peor en el país del que huyó. Por eso sigue en Jaén, agarrado a la maleta en la que guardó todo lo que posee.

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