La tribuna

José María López Jiménez

Una rentabilidad exorbitante

RECIBO un correo electrónico. Es mi amigo Antonio, maestro por vocación, tradición familiar y, lo más importante, por oposición. Me comenta que tiene algún dinero en la cuenta corriente, unos 48.000 euros, y que en su banco le han ofrecido poner dicha cantidad a plazo fijo, dos años, con una rentabilidad por año del 4% ("una ganga, sabes", según el director de la sucursal), siempre que domicilie su nómina y contrate una tarjeta de crédito.

Antonio tiene dudas, y es lógico, con el ahorro que tanto esfuerzo cuesta acumular no caben las decisiones poco meditadas. Por ello, le respondo que me deje un día para hacer unos cálculos: la rentabilidad bruta por año es de unos 1.920 euros, de los que hay que deducir la retención correspondiente a cuenta del IRPF, un 19% en la actualidad, lo que unido a los tipos de interés que imperan en el mercado para retribuir operaciones similares a plazo y a una inflación bastante moderada me hace pensar que se trata de una decisión acertada y de poco riesgo. Dejo pendiente de preparar mi mail de respuesta.

Entretanto abro un periódico y leo que un directivo de un importante banco español, junto con otro paisano, han sido acusados por la Securities and Exchange Comission, equivalente norteamericano de nuestra Comisión Nacional del Mercado de Valores, de manejar información reservada gracias a la cual han conseguido, mediante una inversión de 61.000 dólares (unos 48.000 euros) una ganancia de 1,1 millones de dólares (unos 865.000 euros), o sea, una rentabilidad desorbitada del 1.700 ó 1.800%, en apenas unos días. Cuando intentaron movilizar los jugosos beneficios desde el otro lado del Atlántico fueron detectados, el dinero bloqueado y puestos los hechos en conocimiento de la autoridad competente. El banco para el que el primero de ellos trabaja en España lo ha suspendido de empleo en tanto no se esclarezca lo ocurrido.

Estos hechos parecen encajar en la comúnmente conocida en el mundo de los negocios como insider trading, es decir, el acceso a información reservada por razón del desempeño de funciones de responsabilidad, seguido del uso efectivo de tal información de forma torticera en provecho propio. Una vez más entramos en el ámbito de ética y negocios.

El uso de información privilegiada ligado con sociedades anónimas cotizadas viene de antiguo, exactamente desde el primer caso registrado allá por 1733, cuando personas próximas a la Compañía de Indias holandesa se habían enriquecido a costa de los demás accionistas, al disponer de información confidencial sobre la caída de beneficios de la sociedad y apresurarse a vender sus títulos, mientras que las participaciones en poder de los restantes inversores, al hacerse la noticia de dominio público, veían reducido su valor al 50% (Fernández de la Gándara).

Ya en Wall Street (1987), de Stone, se refleja una forma de hacer negocios basada en el acceso y uso de información reservada, que permitió al que fuera icono de los ochenta y noventa, Gordon Gekko, ganar su primer millón con una operación inmobiliaria, y todo lo que vino después hasta que terminó en la cárcel (de la que, por cierto, ha salido para protagonizar la secuela, Money never sleeps, ya en la época más reciente de las hipotecas basura).

En esta operación que comentábamos resulta, en resumen, que con 61.000 dólares se ha conseguido un beneficio de 1,1 millones, es decir, una brutalidad.

En beneficio de los afectados, si es que cabe mayor beneficio, podemos pensar que se ha tratado de un golpe de suerte o de un cálculo basado en estudios minuciosos que ha motivado una inversión arriesgada seguida de éxito. Ya se sabe, con Virgilio, la fortuna favorece a los valientes. Ahí tenemos como ejemplo cercano la financiación tan escasa prestada por los Reyes Católicos a Colón para llegar a Oriente por Occidente y el descubrimiento casual de América, que tantos réditos supuso para la Corona española.

En fin, ya se trate del uso efectivo de información reservada o de un guiño de la fortuna, habrá que aguardar al dictamen de la autoridad norteamericana competente.

Ignoramos si esto es una raya en el agua o es la tónica habitual de los mercados de valores. Uno ya no sabe qué pensar. También ignoramos si esta ganancia tiene detrás una pérdida por idéntico valor para otras personas involucradas de forma más o menos cercana en la operación y en la empresa afectada. Si el dinero una vez creado no se destruye sino que sólo cambia de manos, o de cuenta bancaria, lo más probable es, por tanto, que se hayan producido daños colaterales a terceros.

Lo que sí parece claro es que cuando Antonio, que es buen lector de prensa, me pregunte por lo suyo y me refiera el asunto del millón de dólares, no tendré un solo argumento. Me dirá que no quiere saber nada de bancos, y yo tendré que guardar silencio.

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