Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

La santa torre

El progreso que no nace de la medida justa, sino del órdago, sólo conduce al lamento o a la piqueta

Se haga o no se haga, una de las mejores cosas que ha traído el proyecto de construcción del rascacielos del Puerto es un debate público a la altura. Si, de alguna forma, cuestiones como la gentrificación y el agotamiento del turismo como exclusivo motor económico en Málaga se habían apaciguado un tanto, porque al final a todo se acostumbra uno y porque hay virus más importantes de los que ocuparse, aquí está la flamante torre-hotel para que volvamos a pensar en las ciudades y los criterios para su sostenibilidad. Esta semana, han sido intelectuales de la talla de Emilio Lledó, Irene Vallejo y Manuel Vicent los que han expresado su rechazo por los mismos motivos que ya expresó la Unesco: el impacto irreversible en un paisaje milenario que sostiene la misma identidad de Málaga, un proceso hecho de espaldas a la ciudadanía cuando precisamente hay una transformación tan delicada en juego y demasiados intereses especulativos y opacos bajo la mesa. Del mismo modo en que correspondería escuchar, al menos, lo que alguien como Emilio Lledó tuviera que decir al respecto, por no hablar de los numerosos arquitectos y urbanistas que han suscrito el mismo manifiesto, corresponde valorar, también, los argumentos esgrimidos entre las autoridades públicas y no pocos ciudadanos a favor de que se haga el edificio justo donde está previsto que se haga. El primero tiene que ver con el progreso: Málaga es una ciudad en evolución que reclama ya estructuras de este tipo. Oponerse a la torre del Puerto sería como oponerse a la construcción del Teatro Romano en el siglo I y a la de la Alcazaba en la Edad Media: se trata de hacer de Málaga la gran urbe que le corresponde ser por derecho. Y, bueno, es curiosa esta concepción del progreso entendido como barra libre, más aún en una ciudad en la que contamos catástrofes como el Hotel Málaga Palacio o la Casa de la Cultura. El progreso que no nace de la medida justa, sino del órdago, sólo conduce al lamento o a la piqueta.

El segundo argumento tiene que ver con el precio. A lo mejor la torre es un despropósito, vale, pero va a traer empleo y riqueza. Por eso tampoco vale ponerlo en otra parte, porque en el Puerto cumple bien su cometido de guinda del pastel. Y habría que preguntarse quién fue el primero en pintar este proyecto como una especie de beneficiencia caída del cielo. La torre es un proyecto sostenido por inversores que, como tales, buscan sus beneficios; y que, como tales, tienen poco que decir sobre impactos medioambientales o históricos. La cuestión es que para que esos (pocos) inversores obtengan su beneficio, son los (muchos) ciudadanos los que tendrán que acostumbrarse a ver su espacio público convertido en otra cosa; una cosa a la que, por cierto, no están invitados. El empleo y el beneficio fiscal que se pueda generar serán una migaja en comparación con los ingresos que incorporen unos cuantos bolsillos. Es decir: con este proyecto, Málaga está vendiendo su potencial más valioso a un precio de calderilla. Y confundiendo, de nuevo, valor y precio. Sin rebajas ni nada.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios