Como trenes a vapor

Al igual acabó la hegemonía ateniense, todo indica que estamos en el final de la estadounidense

Uno de nuestros errores más comunes consiste en creer que el presente es eterno, ignorando que formamos parte de un proceso evolutivo. Porque, aunque lentamente, todo va cambiando y lo único que permanece inmutable es el cambio en sí mismo. De jóvenes muchos alimentamos sueños e inspiraciones de la mano del cine norteamericano. Gracias a los Hermanos Marx descubrimos que el desorden podía ser más divertido que la autoridad. Los westerns con sus paisajes abiertos e inabarcables; y aquellos pueblos recién nacidos a los que llegaban forasteros salidos del horizonte en un mundo en el que las fronteras se movían cada día empujadas por quizás los últimos hombres libres de la historia, nos hicieron soñar con conocer el Mississippi, el cañón del Colorado o las Montañas Rocosas. Luego descubrimos Los Ángeles, donde detectives cansados resolvían crímenes y enamoraban a mujeres inolvidables; y Nueva York y San Francisco porque en sus calles anidaba el espíritu que mejor vestía nuestros anhelos de cambiarlo todo. Fuimos muchos los que acabamos por conocer mejor Manhattan que los barrios de nuestras ciudades; porque sólo veíamos cine norteamericano, y mientras que Truffaut nos parecía "demasiado francés", Montana nos resultaba territorio familiar. Aquel cine hizo que nuestras motos soñasen con Dennis Hopper y la ruta 66; con ver a Elvis bailando en Las Vegas y con la libertad que ofrecía un país en el que siempre había algún hombre bueno con el rostro de Paul Newman o James Stewart capaz de oponerse a las injusticias.

Ahora todo es diferente. Lentamente porque los cambios que transforman de verdad llegan en trenes a vapor; pero las salas de cine están desapareciendo; los jóvenes se alimentan en internet; Estados Unidos se ha convertido en una sociedad antipática incluso para muchos de sus componentes y Nueva Zelanda nos atrae más que el Monument Walley. Las grandes historias que necesitaban de pantallas enormes para mostrar el desierto de Lawrence de Arabia han desaparecido y las que quedan caben en cualquier teléfono y duran minutos. No se trata de defender cual de los mundos era mejor, son realidades diferentes y punto; pero nos recuerdan que nada es eterno y que al igual que se acabó la hegemonía ateniense, todo indica que estamos en el final de la estadounidense. Que el cine, su principal púlpito durante años, esté en decadencia es uno de sus síntomas más visibles. Y para esto no existe vacuna, porque no la hay para el paso del tiempo.

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