Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

La vida breve

En estos días me corresponde cumplir años. Es un acontecimiento que se repite desde que nací, así que estoy acostumbrado y sé que la vida es un continuo cumplir con el tiempo y con todas las medidas -segundos, horas, días, años…- que cuantifican eso tan extraño a lo que llamamos tiempo, del que sabemos bien poco, tan solo que es un Dios -o sea, un ser eterno e implacable- que devora a sus hijos y que, en consecuencia, también acabará devorándome. Lo que sucede es que esa verdad no siempre resulta grata, así que, a conciencia, hacemos como que la ignoramos. Nos arropamos con el amor y la amistad, el arte y el placer, el futuro, los objetivos y las utopías. Pero llega un tiempo, el de la enfermedad, el de la vejez, en el que la voz de mando de la conciencia declina y, en su lugar, toma el mando la biología -otro Amo implacable, sin duda pariente del tiempo- que nos recuerda que hemos de morir…

"¿Qué es nuestra vida más que un breve día, /do apenas sale el sol, cuando se pierde/en las tinieblas de la noche fría?" -le decía Fernández de Andrada a Fabio, en su conocida Epístola-. O sea, "memento moris" (recuerda que has de morir); o sea, "carpe diem" (goza de tus días). Y en esas vivimos, como protagonistas trágicos de la novela única e irrepetible que es la vida de cada uno. Una vida que, según nos recuerda el INE, en España, en el 2021, le dura 79,60 años a los hombres y 85,07 a las mujeres; quedándonos, respectivamente, tras la jubilación, 18,36 y 22,33 años; años que no pienso malgastar perezosamente en batallas inútiles ni en supuestos descansos. Ya llegará el descanso eterno.

La vida es una novela. La trama que mueve la novela de la vida de la gente (el amor, el odio, el poder y el dinero, la supervivencia, el placer, la enfermedad, el miedo, la amistad…) es bastante parecida. Y los últimos renglones siempre son iguales: la derrota definitiva. Lo que sí cambia en todas ellas son los personajes que la habitan, sobre todo el personaje principal, el protagonista, que siempre es un personaje único e irrepetible.

Y ese personaje que también yo soy y que ha intentado sobrevivir lo mejor posible, mientras avanzaba la trama de mi novela, ahora que va llegando el tiempo de centrarme en el presente, sabe que resulta inútil el lamento o el volver la vista atrás, lo mismo que seguir volcado en el futuro atisbando las sombras de lo que podría o debería ser… Liberado, pues, de las urgencias de mi juventud, y aunque todavía hay temas que me preocupan y me ocupan (el oscuro porvenir que dejamos a nuestros hijos, la crisis ecológica, las desigualdades y las injusticias…) sé que me estoy aproximando a la puerta de salida (espero tardar aún años en atravesarla) y que todas esas preocupaciones cada vez van siendo menos asunto mío, que son otras manos las que deben tomar -y ya han tomado- las riendas, y que nosotros debemos facilitar ese pase, recordándoles a esas manos jóvenes que el protagonista de la novela de sus vidas es un ser único e irreemplazable, que -sin narcisismo- bien merece afecto y comprensión.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios