Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Todo es virus

El coronavirus tiene el poder de engullirlo todo y eliminarlo, no es sólo infectar un organismo

Además de su letalidad, el virus tiene el poder de engullirlo todo y devorarlo, toda nuestra atención está centrada en él, a su expansión destructora le agrega su capacidad acaparadora como asunto sobre el que conversar, tanto si se parlotea como si se habla con conocimiento de causa. Si hablamos de él -o de sus consecuencias- empleando jerga bélica es porque como tema nos ha abducido de la misma manera que lo haría si estuviéramos en guerra. ¿Pasan otras cosas en el mundo? Desde luego que sí. ¿Se les presta atención? Desde luego que no.

La vida sigue. Pero no es, ni por asomo, la de hace dos meses. ¿Han parado siquiera un instante a recordar cuáles eran sus cuitas por aquellos días? El virus ha infectado también la memoria. ¿Recuerdan ustedes la turra de Cataluña, el problema del independentismo, aquella mesa que iban a compartir Moncloa y Sant Jaume? ¿Se acuerdan de la movida del pin parental, con la pajarraca aquella sobre quién recae la educación de los niños? ¿Y qué me dicen de la bronca entre el Gobierno autonómico y el de España a cuenta de los millones que andan en juego entre uno y otro? Miren lo que ha hecho el virus con su querido fútbol (si lo hacen tienen suerte, pueden dedicar su añoranza a él, es señal de que afortunadamente no tienen recuerdos de un ser querido muerto, ni siquiera enfermo, ni tampoco asisten al desmoronamiento, ora lento ora fulminante, de su empleo; le puede ir dando mucho por saco al fútbol si se dan cualquiera de estas circunstancias).

Psicólogos y otros expertos nos recomiendan que hagamos de la rutina un ejercicio sanador. Despojarnos del chándal o del pijama y de las zapatillas. Hay quien algún que otro día se viste como si tuviera que ir a trabajar, cuando no va a hacerlo porque no puede hacerlo o, lo que es peor, porque ya no tiene donde hacerlo. El virus no se conforma con los organismos en los que entra y a los que ataca. El virus nos quiere a todos. No tiene hartura. Ya sea infectándonos de verdad y haciéndonos enfermar, ya sea encarcelándonos en nuestras propias casas, ya sea cerrando nuestro trabajo, su voracidad es desmedida. Lo que pretende es darse un festín a nuestra costa. Ninguno de nosotros puede dar por seguro de no acabar en su mesa. Eso es lo que hay que intentar evitar como sea para poder seguir dedicando nuestra vida a aquellas cuestiones que tanto tiempo nos ocupaban: el problema catalán, el pin parental, la financiación autonómica, y el fútbol, el bendito fútbol. Uf, qué cosas.

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