Tribuna

javier gonzález-cotta

Escritor y periodista

Perrerías

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Perrerías / rosell

A menudo solemos toparnos con noticias de alcance perruno que suceden en cualquier parte del mundo. Algunas resultan de lo más estrafalarias, lo que sin duda nos entretiene el día y nos animaría, si ello fuera posible, a mover el rabo en señal de contento (rabo de perro, se entiende).

Al parecer, en Ahlen (Renania del Norte-Westfalia), su Consistorio ha requisado la perrita de unos vecinos morosos y la ha puesto en venta en el portal eBay por 750 euros. Aducen los probos funcionarios que sus dueños no han abonado sus impuestos (entre ellos las tasas perrunas). De modo que la perra Edda, un ejemplar carlino de pura raza, fue requisada como botín y garantía de pago de las tasas pendientes, lo que ha causado estupor entre los vecinos de Ahlen.

Hace poco nos enteramos de la apertura de una cafetería para perros en Madrid: The Doger Café. El cliente puede tomarse su café y disfrutar de una carta 100% vegana, algo que podría suscitar cierta dislocación acerca del placer de sentirse herbívoro a la carta (el dueño) y la necesidad primaria de todo ser carnívoro (el perro). Resulta baladí añadir que el cliente puede acudir al local con su mascota, aunque uno tenga ya dudas sobre a quién se le puede considerar cliente preeminente, si al dueño o si al cánido. En todo caso, un asunto menor.

El encanto reside en que The Doger Café ofrece la posibilidad de adoptar cachorros en el propio local. El negocio solidario y perreril se ha convertido en un éxito. No es, desde luego, lo más excéntrico que hemos oído o leído acerca de locales diseñados para el placer de perros y de perras sibaritas. En Singapur (y en muchas otras partes) existen desde hace tiempo locales exclusivos como pastelerías o spas para canes. Y justo ahora, en Texas, unos emprendedores cinéfilos y perreros han puesto en marcha el primer cine dog friendly. El dueño puede acudir con su mascota a una sala especialmente habilitada para las exigencias de su cánido.

Conocíamos también acerca de otro espacio perruno, pero no tan festivo o amable. En Alcorcón se puso en marcha un centro especializado en duelos y cremaciones para perros: Cremascota. Lo que se dice un nombre con encanto. Igual que en el caso de The Doger Café, en el que no se distingue bien si el cliente preferente es el dueño o su perro, en Cremascota podría suscitarse la duda razonable de quién es verdaderamente el ser doliente (incluso el animal a sacrificar), si el apenado dueño o el pobre perro ya terminal. En La gaya ciencia Nietzsche dijo que "he dado nombre a mi dolor y lo he llamado perro", lo cual no hace sino añadir confusión.

Otras noticias, sin duda, nos han encogido el corazón. Nos enteramos de la muerte de Capitán, aquel perro mestizo con algo de ovejero alemán, que veló durante diez años la lápida de su dueño en el cementerio argentino de Villa Carlos Paz. De igual modo, nos sobrecogió saber que en China, en la ciudad de Hohhot, un perro ha estado aguardando en balde el regreso de su dueña, fallecida en accidente de tráfico. El animal solía merodear junto al mismo arcén en el que ocurrió el siniestro (el perro iba en el interior del vehículo, pero salvó la vida).

Que el hecho haya ocurrido en China añade un punto de terneza y de paradoja que nos lleva a las neblinas de la cultura remota. Alrededor de 10 millones de perros se consumen al año como alimento en China (790.000 toneladas de carne perruna). En verano, en Yulin, se celebra el discutido Festival de Carne de Perro, que reivindica las ancestrales costumbres de la región de Guangxi. Pero, si es por viajar a los primigenios soportes de la cultura china, recordemos que los chinos antiguos consideraban a los no chinos inferiores e impuros, y lo identificaban con la rata, el reptil y el perro. De ahí la paradoja.

De todo este interés que suscita la perrería (y que a menudo se degrada hasta la estupidez más obscena), podría derivarse un creciente interés por la etología canina y por los etólogos, ciencia y estudiosos del comportamiento perruno. De paso se recuperaría el honor debido a las Humanidades, pues el candidato a etólogo, entre otras sapiencias, debería conocer la filosofía cínica de Diógenes de Sinope, cabeza de la llamada secta del perro, y que tanto apreció la libertad y la desvergüenza de los cánidos que, como él, se asoleaban en Atenas y en la antigua Corinto.

No sabemos si el papa Francisco, al proclamar que el cánido y la cánida son seres sintientes, ha propiciado sin quererlo un debate distópico sobre qué lugar y qué estampa deben corresponderle en el futuro al hombre y al perro. Tras un pavoroso seísmo, ¿serán los hombres olfativos los que intenten sacar de las escombreras a los perros? ¿Habrá hombres y mujeres-guía que ayuden a los perros ciegos a valerse por las calles? Y, como en el caso del añorado Capitán, ¿habrá dueños que velen la tumba de sus cánidos durante años? Atentos.

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