‘The Revelation’, el algoritmo de la fe

La tribuna

‘The Revelation’, el algoritmo de la fe
‘The Revelation’, el algoritmo de la fe

Toca ahora vender Andalucía en clave sacra. Los impactantes spots de promoción turística de la Junta de Andalucía (el último 1,9 millones de euros) en torno al Andalusian Crush (tradúzcase como arrobo o pellizco andaluz), hicieron de la marcha Eternidad del Rosario de Cádiz un exitazo que traspasó el orbe propio de la Semana Santa andaluza (de ahí la versión de Califato 3/4). En el último spot, The Revelation, suena La Pasión de las Tres Caídas de Triana. La Junta promueve ahora el turismo religioso en Andalucía con vistas a generar el llamado impacto. Dícese del sísmico fulgor que, en la jerga politiquera al uso, se nos vende en clave de supuesta riqueza.

Arturo Bernal, consejero de Turismo y Andalucía Exterior, es proclive a usar ese vocabulario tecnificado a través del cual el clásico síndrome de Stendhal se mide ahora por algoritmos. Paisajes de consumo. Belleza en clave mercantil. Sentimientos medidos en euros. La religiosidad popular andaluza se vende ahora como transacción con la excusa del arrobo y la revelación para quienes no son creyentes o bien, todo lo más, son hijos culturales de la Protesta luterana, tan reacia a la expresividad religiosa a través del culto sensible y la imaginería católica.

Hace ya tiempo le escuché decir al consejero una de sus declaraciones más escalofriantes. Dijo estar trabajando en la idea de “esponjar los territorios”. Quería que los turistas conocieran no sólo las capitales monumentales (Córdoba, Granada o Sevilla, por poner), sino también otros destinos en la provincia de turno. No repuesto uno de aquel afán por esponjar, ahora, a propósito de The Revelation, el consejero ha dicho que gracias al arte sacro y a la piedad popular andaluza se contribuye a “gestionar la estacionalidad y a capilarizar la actividad por todo el territorio”. De “esponjar” a “capilarizar”. Todo sea por el bendito rompimiento de gloria: el impacto. De hecho, con el último spot se pretende llegar a un público potencial europeo (57 millones) e iberoamericano (13,4 millones) y lograr, por supuesto, 398 millones de impactos en medios, redes sociales y plataformas.

En The Revelation aparece, con su acento de Cambridge, el británico John Cleese, fundador de los míticos Monty Python y actor de la divertida La vida de Bryan. Ahora el otrora sacrílego muestra su otra estampa paulina, a modo de visión. En el spot confiesa, caído ya del caballo, que ha recibido una suerte de revelación gracias a la religiosidad andaluza, donde lo eterno es cotidiano, donde el dolor no da miedo, donde el silencio destroza los oídos. “Andalucía no se visita, se siente”, promueve la campaña.

Aunque aparecen estampas del Rocío y del Corpus, casi todo se orienta de forma efectista a mostrar la plástica peculiar de la Semana Santa andaluza. No sabe uno si el foráneo logrará asimilar esta estética entre arrebatadora y truculenta, con encapuchados que portan pasos y capirotes blancos que a los legos les remitirá al simpático Ku-Kux-Klan. Incluso a quienes nos gusta la Semana Santa tanto encapuchado nos desajusta.

Como dice el transfigurado John Cleese, Andalucía es el lugar donde lo eterno es cotidiano. Aquí ha podido reconocer su alma.

La imagen de la cruz, en clave críptica, lo preside casi todo. Al inicio del spot, junto al santuario de la Virgen de Setefilla, en Lora del Río, unos hombres levantan una cruz en un guiño a la icónica fotografía de los soldados que alzaron la bandera estadounidense en Iwo Jima. El resto vira a un batiburrillo de escenografía como de Netflix, con Dolorosas y pictóricos crucificados, nazarenos y penitentes, pasos y tronos, y curas, muchos curas como salidos de El Palmar de Troya o de la serie El Reino o de alguna iglesia de culto a la persona promovida por Javier Milei.

El hermoso documental Los restos del pasar, sobre la Semana Santa de Baena, muestra en clave antropológica y cultural, como recreo añadido de la memoria, lo que de verdad abriga la piedad popular andaluza. No hacen falta los malditos impactos. Ni esponjar nada. Ni capilarizar actividad alguna.

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