Entre bambalinas

Una semana llena de humanidad

  • Ahora sí finaliza la Semana Santa para tratar de llenar el año con enseñanzas y esperar a una nueva primavera

Un balcón abierto para el Cristo Resucitado.

Un balcón abierto para el Cristo Resucitado. / J. L. P.

Exultaron los coros de los ángeles y se alegró la Tierra inundada de la nueva luz. Cristo ha resucitado para los cristianos y permite dar sentido a celebrar su mensaje, su pasión y su muerte. Ahora sí finaliza la Semana Santa para tratar de llenar el año con el resto de enseñanzas y esperar a que una nueva primavera traiga otra Cuaresma. Mientras, una semana de júbilo con la Pascua por delante que nace en el Domingo de Resurrección. Tiempo de alegría y de felicitaciones nacidas de la creencia frente a la tradición impostada.

Y sentados en casa, mientras el Resucitado y la Reina de los Cielos permanecen ajenos a la soledad exterior en la iglesia de San Julián, con el tradicional e imaginario cierre de puertas de 2020 llega el turno de hacer balance a una desconcertante nada. Las celebraciones litúrgicas han seguido en su sitio pero con algunos ritos menos y sin fieles, la Vigilia Pascual recortó tiempos anoche pero asomó a las ventanas en forma de velas. Hasta ahí, sin grandes novedades. ¿Y las cofradías? ¿Dónde queda su posible acción de gracias?

Se dio por su presencia en los hospitales, gracias a los profesionales sanitarios que cambiaron medallas por respiradores y no dejaron de entregar estampas e imágenes a quienes se aferraban a la fe. En la casa hermandad de Crucifixión reconvertida en almacén de solidaridad. En las videoconferencias entre hermanos para hablar de la vida y alejar la pena de pensar que la cofradía debía estar en la calle. En la Trinidad apretando los dientes sin poder ver al Cautivo. En cómo se han volcado las hermandades para hacer más llevadera por redes sociales la estación de penitencia. En el aplauso de Nueva Málaga a la parroquia de San Joaquín y Santa Ana. En la inmediata acción social colectiva. En la añoranza de quien ya no está. En los tronitos de juguete y las procesiones del salón al dormitorio para los más pequeños. En las acuarelas y los dibujos a tinta creados mientras el día avanza. En María Santísima del Amparo a las 10:15. En los artículos que mereció la pena leer. En las redifusiones históricas de PTV y el esfuerzo de 101 de inventar una Semana Santa. En las primeras torrijas caseras. En los conciertos a piano en la Victoria. En la verdad de las conversaciones en las noches silenciosas. En la difusión altruista de los fotógrafos a través de las redes. En las ofrendas florales discretas y sin alharacas. En ese mensaje inesperado que te arranca lágrimas. En quienes, a pesar de no salir, sintieron que hicieron cuanto estuvo en su mano en la corta Cuaresma y eso les compensa. En los sacerdotes implicados. En la experiencia inaudita. En la amistad.

Una Semana Santa sin procesiones. Más íntima, incluso más perfeccionista. Vivida tras las ventanas y anhelando el olor de las aceras apretadas de humanidad. Una convulsión que nos deja a los pies de lo esencial. Es nuestra decisión ahora tomarlo o dejarlo para que, cuando vuelva a sonar ese murmullo lejano que antecede a la salida de un trono, demos más importancia a lo que implica resucitar y volver a vivir.

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