Hasta ahora se habla mucho de la necesidad de mitigar emisiones e impactos medioambientales diversos producidos por el sector agroalimentario, tanto en sus fases de producción primaria como en la transformación y comercialización. Es un enfoque correcto, pero no es suficiente frente al reto global del cambio climático. Por una parte, debemos exigir que los mayores requisitos medioambientales y sociales a la producción europea, sean extensivos a los productos producidos e importados desde otros países, con reglas de simetría, para evitar fomentar el “dumping” social y medioambiental de otras zonas del mundo, mientras se penaliza al sector hortofrutícola europeo. El reto es global y la respuesta también debe serlo, sin cambiar de lugar lo que no nos gusta ver, mientras generamos incluso mayores impactos.
Por otra parte, debemos dedicar mucho más esfuerzo y foco del dedicado actualmente a la adaptación. El cambio climático y sus implicaciones están en marcha, y las emisiones globales de gases de efecto invernadero no dejan de crecer ni parece que lo vayan a hacer en los próximos años. A partir de asumir ese hecho, la tecnología y la innovación son elementos clave en la adaptación del sector hortofrutícola al calentamiento global. Tanto en genética, como en nutrición o protección vegetal, en desalación, depuración o eficiencia en uso de agua, maquinaria / robótica o industria transformadora. Como vector de transformación transversal, la innovación en tecnología de software y datos supone un elemento clave en la adaptación.
En un clima que se calienta, necesitamos medir con más precisión las temperaturas, el uso del agua, su rentabilidad, combinar distintos orígenes y calidades de la misma (desalación, depuración, subterráneas, superficiales). Debemos prestar más atención y medir la calidad de los suelos, para que éstos incrementen su capacidad de retención y regulación ante precipitaciones más irregulares e intensas. También debemos almacenar agua cuando llueva, recargando acuíferos o embalses, y dosificarla bien después, favoreciendo las producciones que generen un mayor retorno económico y social. Igualmente, debemos medir y adaptar nuestros cultivos, calendarios de cultivo, variedades, horarios de trabajo. Necesitamos hacer una mejor gestión del producto para reducir las mermas o pérdidas entre el campo y el mercado, lo cual implica una cadena de valor más ágil y una gestión más eficiente de las operaciones y las cadenas de frío, cada vez más necesarias en su extensión y precisión.
Todo el sector debe dar respuesta conjunta a unos mercados que se comportan de forma diferente en cuanto a su demanda, por el tipo de productos demandados y sus calendarios. Ante al cambio del clima, necesitamos medir, controlar y adaptarnos, con datos y herramientas de gestión, pues las recetas de hacer las cosas “como siempre” ya no sirven. Todo ello, bajo un enfoque de gestión integral e integrada a nivel de datos de la cadena de valor, desde el campo y hasta el mercado, pues en el sector hortofrutícola es básica la agilidad y sincronización de la cadena, alineando oferta y demanda de forma permanente, respondiendo a las fluctuaciones.
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