Unicaja

Fallece Alfonso Queipo de Llano, el padre del baloncesto malagueño

  • Tenía 84 años y recientemente fue reconocido por el Unicaja

  • Fue pieza esencial en el desarrollo del deporte de la canasta: jugador, entrenador, mecenas y directivo

Alfonso Queipo de Llano.

Alfonso Queipo de Llano. / Javier Albiñana ·M. G.

El baloncesto malagueño está de profundo luto. Ha muerto Alfonso Queipo de Llano (Málaga, 1937), el padre en Málaga de este deporte. Jugador, entrenador, difusor, mecenas y directivo, lo fue todo en el juego de la canasta en la ciudad cuando aún no era casi un protodeporte. Pocos minutos después de que el Unicaja, el club en el que junto a Paco Moreno puso los cimientos de lo que es hoy, acabara su partido en Bilbao, fallecía después de unas semanas ingresado con el covid. Su salud se complicó en los últimos días y no se pudo evitar su fallecimiento.

Padre de cinco hijos, Queipo recibió el pasado mes de diciembre el reconocimiento del Unicaja, durante el partido de la BCL ante el Nizhny Novgorod. Se fue en paz con el club de su vida. Desde que saliera en 1992, tras la fusión con Maristas, había quedado un resquemor que se marchó completamente con esta decisión de los nuevos dirigentes de reconocerle y otorgarle la insignia de oro del club. Poco antes, recibía a Málaga Hoy en su casa y durante tres horas ofrecía una lección de historia y baloncesto que quedo recogida en una charla en la que sintetizaba, a grandes rasgos, lo que había sido la historia del baloncesto en general en Málaga desde los años 50 a la actualidad. Su vida fue de película. Empresario, constructor, también se dedicó a otros deportes como el remo o el voleibol. Amante de los verdiales, el flamenco y la copla, propició que por Málaga pasaran los más grandes de estos géneros.

Mostraba entonces una memoria prodigiosa en la que recordaba detalles precisos de cómo fue su primer contacto con el deporte, en los Agustinos, lanzando los baberos enrollados a unos aros que los curas colgaron en las columnas del patio. Viajó a Madrid a estudiar y allí se empapó de la efervescencia que había en este deporte, comprando libros especializados que llegaban desde el otro lado del Atlántico con los que empezó a profundizar en el conocimiento del juego para trasladarlo años después a Málaga. Sindicato de Frutos, Maristas, Club Deportivo Málaga, Centro de Deportes El Palo y Miraflores fueron los clubes en los que fue aportando su saber (y dinero) para que el deporte de la canasta creciera. Todo desembocó, tras casi tres décadas, en la creación del Caja de Ronda, club en el que hasta 1992 ocupó diversos puestos, con la entidad ya consolidada en el baloncesto nacional. El club fue uno de los fundadores de la ACB. Cada primero de diciembre había una comida en Madrid con todos aquellos pioneros del baloncesto profesional español a la que Alfonso acudía puntualmente. 

Su legado baloncestístico es enorme. La documentación que poseía era inmensa, el material audiovisual de un valor incalculable. Aunque se marcha su experiencia, su saber enciclopédico y, sobre todo, su trato humano con todo aquel que se interesara por el baloncesto, fuera un becario o un antiguo compañero. Aún seguía plenamente al día de la actualidad y las corrientes nuevas de este deporte, curioseaba con lo que hacían los nuevos entrenadores. Su caudal de contactos era enorme.

Quizá el mejor resumen de su aportación deportiva y humana al baloncesto fue la respuesta a qué significaba para él el baloncesto: “Todo. Mis hijos se hicieron aficionados, hacíamos mucha familia con el baloncesto, venían a los partidos. Debo recalcar que no hubiera sido posible esto sin mi mujer y sin mis hijos, que me comprendieron y ayudaron. El baloncesto ha sido todo para mí. Los grupos humanos que hemos formado fueron muy importantes. Yo me llevaba a los jugadores a comer a El Palo, hablábamos de lo divino y humano. Ricky Brown y Arlauckas estaban un día sí y otro no aquí comiendo gambas. El baloncesto ha sido la gran parte de mi vida, en el deporte pero sobre todo en lo humano. A los 40 o 50 años de empezar todo aquello seguimos reuniéndonos a comer, con una ilusión, un cariño y un afecto tremendos. El baloncesto que creamos no es el de ahora, pero fue un empujón muy grande. La gente debe saber que el baloncesto no es sólo entrenar y jugar, debe haber una relación humana entre los jugadores y con los entrenadores. Si le gritas a un tío, debe saber que es porque hizo algo mal, pero después te tomas una cerveza con él. Salíamos de entrenar de Ciudad Jardín y nos íbamos a Calle Larios a cenar a cualquier tasca después. Eso no se practica ahora, creo. Pero sí, el baloncesto ha sido mi vida”. Descanse en paz Alfonso Queipo de Llano.

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