Unicaja: sobre excels, cargas y exitismo

El Unicaja afronta la semana más bonita del año tras tras dos derrotas en las últimas salidas

La ausencia de Osetkowski

El Breogán Lugo-Unicaja Málaga, en fotos
Ibon Navarro, en un tiempo muerto ante el Breogán. / ACB Photo

La nostalgia también existe en el baloncesto. Hay quien echa de menos que los pívots jugaran siempre al poste bajo, a quien le produce urticaria que el cinco esté a siete metros del aro y tire triples, las rotaciones y la falta de un quinteto reconocible... Pero si algo es este deporte, así lo refrenda la historia desde Naismith y las cestas de melocotones, es vivo y dinámico. Así que quien no disfruta del juego actual no disfrutará del de mañana, porque seguirá cambiando, es su sino. Obviar el progreso físico, la capacidad atlética y la movilidad de los jugadores actuales respecto a los de 40, 20 o, incluso, 10 años es hacerse trampas al solitario. Es la búsqueda de espacios lo que buscan los entrenadores de manera constante.

El Unicaja ha sido innovador a través de Ibon Navarro, en un proyecto que en tres años ha cambiado el rumbo deportivo errático del club para ser envidiado y reconocido. Se tiende al reparto de azúcar a la hora de hablar de los rivales, pero sólo hay que escuchar a rivales de BCL y ACB disertar sobre lo que es este Unicaja. El reparto de cargas y esfuerzos, el manejo del excel, las hojas de cálculo para intentar optimizar el rendimiento y minimizar el riesgo de las inevitables lesiones, ha sido esencial en este periodo. No es sólo método, también es cuestión de química, de horas de estudio del juego y de una selección de jugadores difícilmente mejorable. Y el crédito conseguido en estas temporadas que, de momento, han traído cuatro títulos, la mitad de los cosechados en casi medio siglo de historia, es bastante elevado. Se supera el 70% de triunfos en esta etapa, hay unas señas de identidad reconocibles y, lógico, los equipos se esfuerzan por anular estas cualidades.

En este periodo, el equipo malagueño había mostrado una regularidad asombrosa a la hora de enfrentarse a rivales de media tabla hacia abajo. Apenas había fallos, incluso en sus pistas. Se conseguían victorias de manera mecánica, sin racanear un esfuerzo, por amplias diferencias. Esa tendencia ha cambiado en esta campaña, que comenzó con exigencia, con dos títulos, ganados ambos, en disputa en septiembre. No ha sido sencillo canalizar todo, ha habido jugadores, como Alberto Díaz, que pagaron un verano diabólico, con sólo un par de semanas de vacaciones. Y en ocasiones se ha ganado por inercia. Las derrotas en Girona y Lugo en las últimas tres semanas podían haber llegado perfectamente antes en Bilbao o La Coruña, donde los partidos llegaron vivos a los cuartos finales y hubo agujeros negros. Hubo un hundimiento en Manresa, se perdió en Madrid y se cayó en el único partido que se marchó en el Carpena, ante el Gran Canaria. Han sido las cinco derrotas, junto a 15 victorias.

Evidentemente, a nadie gusta perder. El Unicaja no fue reconocible en los segundos tiempos en Fontajau o el Pazo, sí racaneó esos esfuerzos. Y es motivo de análisis y seguro que de preocupación interna. Pero la sobrerreacción o hiperventilación tampoco se entiende demasiado. Seleccionar esfuerzos y “ganar cuando hay que ganar” es parte del proceso de un equipo que, por ejemplo, lleva cinco derrotas consecutivas en semifinales de ACB en el Carpena, dos con el Barça y tres con el UCAM, allí en junio, cuando se juega el salmón gordo, la Liga, lo máximo a lo que puede aspirar el club malagueño. Se va con las luces largas y también se piensa en que ese junio no quede demasiado largo mental y físicamente, como sí ocurrió en los dos años anteriores. Sólo así se entiende, por ejemplo, prescindir del interior más determinante del equipo en Lugo. A todos les toca descansar. El plan de Ibon también vale cuando se pierde, no sólo cuando se gana. Pensar en grande también exige arriesgar, a veces sacrificar peones, dejar de ganar batallas para vencer la guerra. Por medio, puertos de montaña ilusionantes, como esta Copa del Rey que se disputa en Gran Canaria, la mejor semana del año. Un dulce de satisfacción instantánea dentro de un proyecto con el que no hay que bajar la exigencia y la crítica, pero sin dejar de entender dónde se quiere llegar.

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