Málaga

La pobreza invisible

  • 'Málaga hoy' visita junto a voluntarios de Cruz Roja varias viviendas con inmigrantes hacinados en escasos metros cuadrados · Una familia con 13 personas procedentes de Rumanía y sin ingresos comparte un piso de sólo tres habitaciones

"Aquí el médico no quiere venir a verme, ni a mí ni a mi suegra, que también está enferma. Casi no puedo andar del dolor que tengo en la pierna, pero, si me opero, ¿quién irá a buscar la comida?", se lamenta Luminita, de nacionalidad rumana y 39 años. La frontera entre la supervivencia y la indigencia se dibuja en el umbral de la puerta de su piso, un tercero sin ascensor. Allí vive junto a otros 12 familiares, que para dormir se distribuyen en sólo tres habitaciones. El salón, de escasos metros cuadrados y donde los inquilinos pasan la mayor parte de su tiempo, cuenta con cuatro sillas y un colchón, que no solo sirve de lecho sino también de sofá. El reparto de tareas está perfectamente marcado por el sexo de los habitantes. "Nosotras buscamos comida y ropa en la basura para después venderla en el rastro. Mi marido, mi suegro y mi cuñado se preocupan de ir a por chatarra", cuenta otra de las inquilinas, que con una sonrisa trata de suavizar la pesadilla en la que ella y su familia se ven envueltos desde hace años. En situación similar se encuentran otros muchos inmigrantes que optan por el hacinamiento en pisos patera, sin apenas servicios básicos y con pésimas condiciones de salubridad.

En este sentido, la cifra de usuarios atendidos en la provincia durante 2013 por la Cruz Roja, un total de 689, fue notoriamente inferior a la del año anterior, que cerró con 804, lo que responde al "desmantelamiento de asentamientos y a las dificultades para la posterior localización de los usuarios tras modificar su ubicación". Pero el fenómeno continúa siendo una realidad que sólo los voluntarios consiguen hacer visible. Málaga hoy ha acompañado a Manuel Gil y a Estefanía Natera, dos miembros de Cruz Roja, a tres de sus visitas a viviendas que, de manera individual, dan cobijo a casi una veintena de personas sin recursos. Durante esta primera salida, los voluntarios conocieron a Fátima, a Said y a sus siete hijos: una familia marroquí que se acaba de sumar al programa de atención a personas en asentamientos en el que la organización se vuelca desde hace varios años. Su situación no es fácil. A los 150 euros que pagan de alquiler, y otros tanto de luz y agua por el consumo de nueve personas, se añade el gasto en pañales y medicamentos que precisan uno de los hijos de la pareja, que sufre una discapacidad del 91%, y Karima, de sólo dos meses de vida. El drama se acentuará a partir de mayo, cuando, según explica el padre, dejarán de cobrar la ayuda familiar, que asciende a 426 euros, su único ingreso. Después de identificar a los inquilinos, los voluntarios se interesan por sus necesidades en ropa, comida y equipamientos. Para ello, toman nota de su talla y número de calzado.

El silencio de uno de los hijos, de 23 años, refleja que además precisa de un curso de español. Al resto de los habitantes, los miembros de la ONG les ofrecen la posibilidad de participar en una amplia variedad de talleres de formación, y también recuerdan a los progenitores que los lunes cuentan con un servicio "de ayuda de farmacia" para que soliciten los medicamentos prescritos en su tarjeta sanitaria. Las muestras de agradecimiento por parte del matrimonio son continuas.

La siguiente visita prevista en la agenda de los voluntarios llevaba hasta una zona de chabolas, un tipo de asentamiento marginal que resulta, matizan, poco frecuente en Málaga. Durante el viaje, comentan que ya saben lo que van a encontrar. "Aquello es un vertedero. En su día tuvimos que proporcionar linternas de manivela y hasta extintores porque suele haber conatos de incendios", resalta Manuel. Allí nos recibe Gina, que aunque sólo habla francés se hace entender. Vive debajo de un árbol, encima de un montón de basura.


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