Luces y sombras

Ántonio Méndez

El parchís

LA noticia publicada por este periódico el pasado domingo sobre la multa de 101 euros que la Policía Local de Málaga a un grupo de jóvenes que se encontraban en una plaza jugando al parchís ha tenido gran recorrido informativo estos días tanto en los programas de radio como de televisión nacionales.

El asunto en cuestión da para un debate en profundidad sobre el ruido y como se conjuga el respeto al descanso de los demás con el derecho a divertirse en la calle. El dilema son las circunstancias que rodean la sanción y que lógicamente provocan que, sin conocer todos los detalles, surjan las simpatías hacia los multados, con permiso de los sufridos vecinos.

Porque ya es casualidad (que podría decir el preámbulo de uno de los artículos de ley de Murphy) que con las concentraciones de jóvenes que se suceden cada fin de semana en numerosos puntos de la capital, en animada charla hasta casi el amanecer con botellón o copas a las puertas de los bares, como me recordaba hace unos días un amigo que reside en la Plaza de la Merced, que al final el brazo tonto de la ley caiga sobre un grupo de chicos que tomaba agua y coca cola en un pequeña plaza y que se distraía con el juego del parchís... El propio boletín de la denuncia reflejó esa actividad como motivo de la infracción lo que lógicamente provoca sorna. Algún vecino ha salido en defensa de la sanción y alude a la contaminación acústica que provoca esta inofensiva actividad por las discusiones que se suscitan en el fragor de la partida.

Supongo que los momentos de tensión cada vez que una ficha estaba amenazada y la solemnidad con la que se movía el cubilete para lograr el número certero con el que enviar al enemigo de vuelta a casa y avanzar veinte pasos, pueden sumar decibelios suficientes como para que más de un residente se acuerde en última instancia hasta del fabricante de los dados.

El ruido es un fenómeno cotidiano en nuestras vidas. Nos hemos acostumbrado a su presencia y en vez de combatirlo nos entregamos a la competición. Sólo hay que entrar en cualquier bar o restaurante para ver como se elevan el tono de las conversaciones hasta que tienes que gritar para que te entienda la persona que está a tu lado. Siempre encontramos justificación para nuestras fiestas. "Es verano"; "los de al lado la montan cada mes y no me quejo, yo una vez al año. Así que no protesten"; "si esto apenas se escucha".

Pero vista las costumbres de la sociedad actual, la verdad, a los chicos que jugaban al parchís y bebían agua, aunque fuera a las 2 de la madrugada, los hubiera paseado a hombros por toda la ciudad.

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