Salir al cine

Una poética de la autarquía

  • Treinta años después de su estreno y como adelanto de su nuevo filme, ‘El sol del futuro’, regresa a los cines ‘Caro diario’, la película que nos descubrió a Nanni Moretti a lomos de una Vespa.

A treinta años vista, Caro diario aún se revela como una de esas películas que le cambian a uno la vida, o al menos la mirada. Teníamos por entonces, en el momento de su estreno en España, 23 años, y podemos recordarnos perfectamente yendo a verla (hasta dos veces) a los cines Corona atraídos por la cinefilia emergente, en plenos estudios de cine y comunicación en la facultad de Gonzalo Bilbao, por su prestigio crítico recién cosechado en Cannes y por ese cartel y ese trailer que nos anunciaban a un simpático señor bailando encima de su Vespa mientras atravesaba las calles de una Roma veraniega casi desierta.

Poco o casi nada sabíamos por entonces de Nanni Moretti, que tenía ya a sus espaldas un buen puñado de películas extraordinarias, Palombella rossa, La misa ha terminado, La cosa, Bianca, Sogni d’oro, Ecce Bombo o Io sono un autarquico, que fuimos recuperando poco a poco en VHS o DVD. Caro diario nos abría la puerta de entrada a un cineasta que, con el tiempo, se ha revelado esencial en nuestra vida, cineasta y personaje que tantas veces se confunden y que ha labrado esa fama de tipo egocéntrico, histriónico y narcisista entre aquellos que no se han acercado a su cine con la atención debida.

En efecto, en Caro diario confundíamos al personaje, al cineasta y al actor, integrados en un cuerpo y una voz que por aquellos días comparábamos en nuestro escaso bagaje con una suerte de Allen a la italiana en la expresión fragmentaria y episódica de sus neurosis, sus ideas (políticas) sobre el mundo contemporáneo o su autobiografía ligeramente camuflada. Ya hoy podemos entender con más claridad la complejidad discursiva y los sustratos narrativos de un filme que es a un tiempo la reconstrucción de un diario íntimo, el relato de las aventuras, desplazamientos y viajes de un personaje llamado Nanni Moretti y también, aunque sólo sea por unos instantes, el crudo documento de la enfermedad y su tratamiento sin trampa ni cartón.

En 'Caro diario', cineasta, actor y personaje se confunden y relevan

Dividida en tres episodios y atravesada por imágenes, ideas y gestos sencillos que se hacen eco unos a otros, Caro diario emprende en su primer capítulo un viaje panorámico por las calles de Roma en pleno verano a lomos de una Vespa conducida por el propio Moretti y acompasada por canciones de Khaled, Juan Luis Guerra o Leonard Cohen que impulsan y sostienen sus largos travellings mientras observamos los edificios, las arquitecturas y los barrios o nos detenemos junto a Moretti a reflexionar sobre el urbanismo y sus transformaciones, sobre sus anhelos de haber sabido bailar, sus encuentros azarosos (¡con la mismísima Jennifer Beals!) o en sus visitas a los cines para ver películas infames (Henry, retrato de un asesino) de la menguada cartelera estival y castigar luego a sus exégetas a pie de cama.

Todo fluye y vibra en este episodio en constante movimiento: tiempo, autobiografía, memoria, sueño, cine e Historia se funden en el gesto formal, la ciudad se expande y revela en el recorrido y las canciones evocan una realidad multicultural muy alejada de la estampa turística. En su último recorrido, Moretti nos lleva hasta el descampado en Ostia donde fue asesinado Pier Paolo Pasolini mientras suena un fragmento del Köln Concert de Keith Jarrett. El paisaje marginal y destartalado se transforma en un réquiem por quien fuera y sigue siendo figura intelectual de referencia, la motocicleta de Moretti parece flotar ahora por la memoria (perdida) de un país y su cine reivindicada en un gesto tan sencillo como emocionante.

En su segundo capítulo, Islas, Moretti sigue desplazándose, ahora entre las islas del archipiélago siciliano: la ruidosa Lipari, la fabuladora Salina, la volcánica y rosselliniana Stromboli, la turística Panarea, la solitaria y aislada Alcudi. So pretexto de escribir un nuevo filme, y en compañía de un amigo profesor (Renato Carpentieri) que se debate entre Joyce y los culebrones norteamericanos, Moretti traza en esos cinco relatos insulares un pequeño mapa paródico de su mirada a la Italia de aquellos días, lanza sus amables dardos contra la turistificación, la política o la pureza, ironiza sobre la televisión y sus efectos en la cima del volcán, fabula con los padres de hijos únicos, asume que es en el trayecto entre un lugar y otro donde realmente reside la felicidad, no en el destino, casi siempre decepcionante. Las canciones del primer capítulo dejan paso ahora a la melancólica música de Nicola Piovani, esa que suena mientras Moretti juega a la pelota solo, ya sin sotana (La misa ha terminado), en un terreno junto al mar, rememorando ese tiempo de la infancia que siempre regresa cuando uno se encuentra entre dos porterías abandonadas.

La autoficción incluye también un episodio documental donde Moretti se filma en pleno tratamiento de quimioterapia

En Médicos, el tercer y último episodio, el humor y la celebración de la vida en sus contradicciones que presiden los dos primeros se atenúan. No en vano, el personaje se quita momentáneamente la máscara para afirmar que todo lo que en él se cuenta ocurrió realmente e introducir unas imágenes documentales de su propio tratamiento de quimioterapia contra el cáncer. Poca broma con la muerte, o no. Porque se trata ahora de otro recorrido, ese que va de los síntomas al diagnóstico, del periplo interminable de consulta en consulta, de especialista en especialista, para dar con la enfermedad y su tratamiento. Parece evidente que el cierre del filme con este episodio invita a ver y pensar los dos primeros con una renovada dimensión vitalista. Moretti es capaz de distanciarse de su personaje a pesar de ser él mismo e introducir con pasmosa objetividad descriptiva unas dosis de humor (kafkiano) que contagia su via crucis médico como exorcismo para los temores más profundos. Y la vida continúa, se infiere, con una gran lección que, desde entonces, seguimos aplicándonos gracias al filme: beber un vaso de agua cada mañana antes del desayuno.