De libros

Contarlo todo, para que nada se pierda

  • El investigador Manuel Ruiz Rico, autor de 'El robinson en Nueva York' y especialista en la obra del jiennense, destaca del narrador "su esfuerzo por recuperar la memoria, sin partidismos".

Curiosamente, el jurado que le ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Antonio Muñoz Molina definió al galardonado con un término ante el que el autor ha mostrado en ocasiones su incomodidad. El fallo destaca del ubetense su condición de "intelectual comprometido y observador escrupuloso de la realidad", y precisamente el narrador se ha rebelado anteriormente contra esa etiqueta, crítico con las tesis de algunos intelectuales que tuvieron un efecto devastador. "Por ejemplo, le gusta mucho nombrar el papel de estos intelectuales con el régimen estalinista: son un buen ejemplo de cuán lejos están a veces los intelectuales y sus opiniones de la realidad", sostiene Manuel Ruiz Rico, especialista en la obra de Muñoz Molina.

El creador de Beltenebros y La noche de los tiempos se siente más afín a la denominación de cronista, "porque es la del que testimonia lo que ve, sin mentiras, documentándose, hablando con los demás, reflejando con su escritura lo que ve, sin trampa ni cartón". Con su testimonio, en su descripción y denuncia de la realidad, Muñoz Molina parece haber seguido los versos de Cernuda que cita en su último libro, Todo lo que era sólido, "Cuéntalo tú y cuéntalo a otros", apunta Ruiz Rico, autor de El robinson en Nueva York (Centro Andaluz del Libro), un ensayo que ahonda en los artículos que el autor jiennense publicó a principios de los 80 en el Diario de Granada en lo que sería la presentación de uno de los escritores más deslumbrante de las letras españolas.

Ya en el primer artículo con el que debutaría Muñoz Molina, éste advertía que sus crónicas querían ser "testimonio de una ciudad": los textos reflexionarían sobre la urbe como lugar de convivencia y alertarían del deterioro de los espacios públicos. Un entrenamiento en el que el creador se ejercitaría en la observación de lo humano. "Robinson siempre está en la calle, en el autobús público, en los bares, en las cafeterías, en las plazas públicas, siempre en contacto con la gente, paseando, viendo el rostro humano de tú a tú, para contar qué está pasando, qué les está pasando", explica Ruiz Rico, para quien en esas piezas "está todo el Muñoz Molina posterior, unas cosas claras y otras latentes, pero toda esa poética de la memoria, de la identidad, del exilio, del desarraigo, de la aventura, del viaje, del paseo, de la ciudad, de la redención mediante el amor… todo está ahí de una u otra forma", lo que lleva al investigador a otra conclusión: "Significa, por cierto, que, dentro de su obra, tan importante son sus novelas, diarios, ensayos… como sus artículos periodísticos. Todo va en un mismo saco, no se puede separar una cosa de la otra".

La compilación de esos primeros artículos, El Robinson urbano, sería el primer libro en la carrera de Muñoz Molina. Paradójicamente, una publicación en la que su autor no tenía demasiado interés y que llevó a cabo por la insistencia de sus amigos sería el punto de partida de una impresionante trayectoria, la llamada de atención para que fuera fichado por una gran editorial. "Entre sus amigos, los poetas granadinos Pepe Rodríguez y Rafael Juárez y el pintor Juan Vida, lo convencieron y así fue cómo surgió la primera edición, pagada por él mismo", cuenta Ruiz Rico. "Luego ocurrió que Pere Gimferrer fue a dar una conferencia a Granada y Mariano Maresca, que dirigía la revista Olvidos de Granada, le regaló un ejemplar de El Robinson. Gimferrer acabó leyendo el libro y llamó a Muñoz Molina para preguntarle si tenía algo más escrito. Éste le contestó que sí, que estaba terminando Beatus Ille y así fue cómo se publicó su primera novela, que había comenzado en la universidad".

Desde esas líneas primeras, Muñoz Molina entiende que ética y estética deben estar ligadas, que la literatura -y lo concibe un prosista superdotado- no es sólo una cuestión de forma. El arte será, en su honesta entrega al oficio, una forma de combatir la vileza y el engaño, un modo de arrojar luz en un mundo ciertamente confuso, una postura con la que el autor sigue la estela de los ilustrados. "Quizás esta apelación constante a esos ideales (que buscaban la emancipación del hombre y que saliera de su oscuridad, recordemos, es decir, de la dominación de la Iglesia, de los reyes, etcétera) no es sino la reivindicación de una sociedad más justa, es decir, reivindicar el progreso en un sentido humanista", argumenta Ruiz Rico. "¿No es esto lo que hacen cada día los periódicos? ¿No es esto lo que, junto a la forma, se alaba de las grandes obras de la literatura: Cervantes, Quevedo, Baudelaire, Victor Hugo, Balzac, Galdós, Shakespeare…?", se pregunta este periodista nacido en Écija y que prepara un estudio "para analizar en profundidad y en relación con su obra posterior los grandes temas de El Robinson, asuntos como la ciudad, la escritura como compromiso cívico, la literatura de la Modernidad, el desarraigo, la Transición, el amor, la caminata, los cafés...", enumera. Muñoz Molina, prosigue Ruiz Rico, "ataca tanto por eso a la posmodernidad, porque casi que presume de no tener ideología, y este vaciado de ideología es falso, casi siempre es muy conservador y neoliberal".

"Sigo mirando porque no conozco otro remedio contra la mentira", ha defendido Muñoz Molina. Esa mirada recorre toda su producción. "Si uno se fija, Plenilunio comienza con un personaje que va buscando las miradas de los demás; en La noche de los tiempos, comienza también con un hombre, que luego descubrimos que es un arquitecto español exiliado, con la mirada perdida y que no deja de observar a los demás, está perdido en una estación de tren en Estados Unidos; en Ventanas de Manhattan, Muñoz Molina no hace más que mirar, y las ventanas del título apelan a la mirada, claro...", exponeRuiz Rico.

Sobre su evolución como novelista, el investigador afirma que "hay una primera etapa de barroquismo y de cierto exhibicionismo estilístico que relaja o abandona más tarde. Este regusto por la forma hace que la historia quede a veces sepultada debajo y que casi interese menos que la forma de narrar misma. Yo diría que a partir de Sefarad hay un cambio consciente en Muñoz Molina en este sentido, y esto hace que se apoye menos en historias inventadas. En realidad, este estilo había nacido en 1995 con Ardor guerrero, que es una obra puramente biográfica".

Uno de los aspectos más interesantes del narrador es que ha revisitado la Historia desde una mesura admirable, en este país donde suele predominar la visión parcial. "Creo que su esfuerzo por recuperar la memoria sin partidismos, sin conveniencias, sin maniqueísmos y también sin rencores, sino con el ánimo de volver atrás para conocer, para saber y para que ese conocimiento ayude a la convivencia en el presente, para verter luz donde había sombras, para poner voz donde había silencio, siempre poniendo en el centro a las víctimas de la barbarie, de cualquier barbarie, ha sido todo un ejemplo. Por eso él critica tanto el simplismo de las dos Españas que había en 1936 y critica tanto, como dice en Todo lo que era sólido, a quienes tan poco hicieron por defender la democracia cuando la había y luego tanto la añoraron. Hay que escribir para luchar contra el tópico, el pensamiento único, la conveniencia o el maniqueísmo, y esto es lo que ha hecho Muñoz Molina cuando ha mirado hacia atrás".

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