De libros

Intrépida, indómita y pagana

  • 'Sonetos y elegías'. Louise Labé. Ed. y trad. de Aurora Luque. Acantilado. Barcelona, 2011. 112 páginas. 14 euros.

Perteneciente a la escuela lionesa del Renacimiento, Louise Labé (1525-1566) vivió el esplendor del humanismo en una de las ciudades francesas que mejor encarnó el moderno espíritu de elegancia, erudición y refinamiento surgido de la vecina Italia. De su vida no se sabe demasiado, hasta el punto de que algunos estudiosos han especulado a propósito de la existencia real de una mujer -llamada la Safo de Lyon o la Ninfa del Ródano- que para críticos como Marc Fumaroli o Mireille Huchon no pasó de ser una "criatura de papel", nacida del ingenio del grupo de poetas lioneses reunido en torno a Maurice Scève. Sea o no cierta la teoría de la mixtificación, que parece más bien improbable o incluso sospechosa, la voz de Labé es una de las más delicadas, poderosas y originales de su siglo.

La breve obra de Labé consta de una célebre carta-dedicatoria a mademoiselle Clémence de Bourges, aquí reproducida, donde la autora cree llegada la época "en que las leyes severas de los hombres no impiden a las mujeres dedicarse a las ciencias y las disciplinas", un diálogo alegórico en prosa -Debate de Locura y Amor- que sigue de cerca el ejemplo de Erasmo, y una espléndida colección de poemas formada por 24 sonetos y tres elegías, impecablemente traducidos por Aurora Luque en esta hermosa edición bilingüe que se completa con una selección de testimonios relativos a Labé y un epílogo de sugerentes notas dispuestas por la traductora a modo de diario. Nada inocentemente, algunos de esos testimonios -incluido el del nefasto Calvino- tachan a la "bella cordelera" de impúdica, cortesana o "plebeya meretriz", pero a la autora le cuadra mejor la terna de adjetivos propuesta por Ester de Andreis: "intrépida, indómita y pagana". En los bellísimos versos de Labé, que cantan el amor y el deseo sin hurtar su dimensión menos espiritual, se observa la huella de autores de la Antigüedad como Safo o Catulo y en particular Ovidio, pero también el influjo de Petrarca, Ronsard o nuestro Garcilaso.

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