Rosa Ribas. Escritora

"Si la posguerra era gris, en los pueblos entrabas en la negrura"

  • Junto a Sabine Hofmann firma en 'El gran frío' (Siruela) un acercamiento a la España rural de los 50 y al fanatismo religioso.

Vieron nacer hace un año su proyecto conjunto de escribir una novela negra a cuatro manos ambientada en la posguerra española. Una novela que tuviera, además, una mujer como protagonista y como peculiaridad y clave la importancia de las palabras y el lenguaje. Don de lenguas (finalista de los premios Hammett de la Semana Negra de Gijón) fue el primer título que Rosa Ribas y Sabine Hofmann publicaron de la mano de Siruela. El gran frío es su propuesta de continuación de la historia: una trama que encuentra a su protagonista unos años más adelante, ejerciendo de redactora -bajo seudónimo- para El Caso y que sitúa el misterio en un pueblo del Maestrazgo: "Desde el principio -comenta Rosa Ribas-, la historia que teníamos en mente era una historia oscura y con el tema religioso de fondo, que encajaba mucho mejor en ese ambiente. Barcelona casi aparece como otro personaje más en Don de lenguas, tenía un protagonismo muy marcado, y eso mismo favorecía otro tipo de historia".

Así, en esta segunda entrega, ambas autoras tenían claro que no querían "convertir la serie en una fórmula, una de esas series en las que se repiten esquemas, trabajo, química narrativa... Queremos que cada novela tenga un tono completamente distinto a las demás, que tenga una personalidad propia".

"Cuando íbamos haciendo el esquema de esta novela, veíamos que era una historia que bebía mucho de la atmósfera, bastante claustrofóbica, lo que reforzaba la idea de universo rural -explica Ribas-. Si en la posguerra, aun a mediados de los cincuenta, el ambiente en Barcelona era muy gris, en el ámbito rural entrabas en la negrura".

El "gran frío" de 1956 -la extrema bajada de temperaturas que se vivió en aquel invierno- saltó de inmediato en cuanto Sabine y Susana iniciaron el proceso de documentación. Esta excepcionalidad no sólo les dio el clima de ratonera -tan querido del género- que propicia cualquier climatología adversa, sino incluso el propio título de la novela: "Sabíamos que la historia iba a dar un salto en el tiempo, queríamos a Ana más hecha como periodista, y el periodo del 55-56 era políticamente interesante porque marcaba la aparición de los tecnócratas del Opus Dei en el Gobierno. Justo ese invierno, además, se dieron estas temperaturas excepcionales, con lo que no había vuelta atrás: teníamos resuelto hasta cómo llamarla".

La zambullida documental ha sido importante, aunque distinta: "Cuando nos documentamos para Don de lenguas fue un trabajo tan intenso... leíamos tanto, veíamos películas, documentales, hablábamos con la gente... Ahora lo que hemos tratado es buscar material sobre la vida en el ámbito rural y evocar en el lector cómo era vivir en un pueblo de aquella España profunda. Y parte de este trabajo específico fue tratar de visualizar. Necesitas conocer el material que tengas en mente cuando estás escribiendo".

En parte por eso, la acción se desarrolla en el Maestrazgo aragonés: "Mi abuelo era de la parte de Castellón, pero no quise situar la acción exactamente allí para que no hubiera problemas. De esta forma sigue siendo un paisaje muy familiar pero no el pueblo del abuelo -confiesa Ribas-. Aunque te lo inventes completamente todo, en sitios pequeños siempre puede haber quien se sienta aludido o quien quiera leer entre líneas. En cualquier caso, además, los pueblos eran así en toda España".

En cualquier pueblo, desde luego, hubiera sido factible un caso como el que arranca en El gran frío: la aparición de una niña "milagrosa" a la que le sangran estigmas y en torno a la cual toda una pequeña sociedad -pueblo chico, infierno grande- cierra filas. Una historia que no está inspirada, afirma Ribas, en ningún caso concreto aunque en la época "abundaron los casos de este tipo relacionados con la religión. En los años cincuenta reaparece un interés muy marcado por los temas religiosos y sobrenaturales: constantemente surgían lugares en los que se aparece una Virgen, portentos, estigmas, don de lenguas. Así que creímos que podíamos darle una vuelta a todo este tema de los milagros. Curiosamente, al documentarnos vimos que el mismo tipo de casos se habían dado en la parte católica de Alemania".

Una realidad, la del fanatismo religioso, que va de mano "de la ignorancia, y había mucha en el país -reflexiona Ribas-. Y las circunstancias también colaboraban para que existiera esa necesidad de creer en algo superior. En los primeros años tras la guerra, mientras el hambre era la preocupación principal, no había hueco para misticismos. En cuanto las necesidades comenzaron a corregirse, surgió todo esto..."

Una vez la periodista de Sabine y Susana -esa especie de Margarita Landi de la época- queda aislada en tierra de nadie, empieza a hacer acto de presencia el poder de sugestión. Y el miedo no precisamente a lo sobrenatural, sino a los otros: "Al principio -comenta Susana Ribas-, queríamos dejar muy claro el escepticismo de la protagonista, a la que presentamos no como una persona propensa a caer en esto tipo de cosas, sino como alguien muy escéptico, muy racional. Pero la atmósfera de secretismos, de temor y claustrofobia te va envolviendo y vas cayendo en esa espiral de miedo: te va absorbiendo, te va a atrapando ella misma. Ana pasa miedos que son irracionales, pero los pasa. El sentimiento está ahí, es básico. Esa es la paradoja. En este sentido, queríamos mostrar el poder de sugestión que tiene esa atmósfera, y eso que ella no se encontraba atada por la imposibilidad de salir de ese universo, como les ocurre a los demás personajes".

Y otro protagonista por sí mismo de la historia, también icono del periodo, es el periódico El Caso: unas páginas que, vistas a la luz de los años, no cuentan tanto por lo que cuentan sino por cómo lo cuentan. No sólo el lenguaje estaba lleno de eufemismos y giros destinados al buen entendedor, sino que la censura dibujaba unos modos bien claros. El número de asesinatos por semana, por ejemplo, estaba limitado, con lo cual había que seleccionar cuál de los crímenes resultaría más interesante. Los demás, no existían: "Aunque hablando con amigos periodistas hoy día, ves que pueden llegar a moverse en aguas de intereses y censura muy parecidos, lo que es sorprendente", indica Ribas.

"Respecto a El Caso -continúa la escritora-, si las tiradas de la cabecera eran impresionantes, más aún lo era su número de lectores. El detalle que recogemos en la novela de que el periódico llegaba al pueblo, y uno de los parroquianos (el que sabía leer) se lo cantaba en el bar a todos los demás, es real. Tomás Rubio, sobrino de Enrique Rubio, que aparece en la novela y fue realmente uno de los fundadores de El Caso, nos contó anécdotas como esta, o de cómo trabajaba su tío, o que había gente que aprendía a leer para poder leer los sucesos, eso también es verdad... Lo que ya te dice muchísimo, te muestra muchísimo de una sociedad, más que cualquier otra cosa. Por qué leer a a Faulkner pudiendo leer todo eso".

"El Caso -reflexiona al respecto Rosa Ribas- era un periódico que recogía la vieja tradición del morbo: recrearse en sucesos sangrientos es muy humano. Y en aquel entonces había tantos temas de los que no se podía hablar, que se canalizaban por ahí. Hoy en día no tenemos una publicación así, pero hay veces que la televisión le queda muy cerca: es el medio que ha recogido esa fascinación, esa recreación en el gusto por lo morboso".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios