Málaga-rayo vallecano

El día del no (1-2)

  • Tarde de frustración para un Málaga que se topó contra su mejor rival de la temporada, un Rayo valiente y que lo bordó arriba. El equipo se alejó de su versión habitual y cayó con justicia.

Fue un atraco en el portal de casa, sin tiempo siquiera para mirar si había riesgo de meter el pie en un socavón o si podía caer un piano desde el tercero. El asalto estaba más que preparado. El Rayo sabía cómo sorprender a su presa y lo hizo desde el saque inicial, donde ya sumó la primera victoria. El descarado equipo de Paco Jémez le robó al Málaga el fútbol, la identidad, la sonrisa, el candado de La Rosaleda. Solo le dejó en los bolsillos un mensaje de confusión. Queda la duda de si fue un día de frustración o si se ha encendido algún piloto de avería en el frontal del bólido.

Más que la derrota, preocupa el cambio de tendencia que se atisba. El equipo parece haber perdido el flow. Fatiga física, cortedad de plantilla, inspiración con la batería baja, un césped que ha envejecido 20 años... Síntomas de la bajada de la nube que se esperaba pero para la que nunca se está preparado cuando vives en la excelencia. Se excluye de la relación de posibles causas la última espantá del jeque; en situaciones económicas límite se consiguió el pase a la fase de grupo de Champions y se tejieron partidos de ensueño. La máquina ya no está tan engrasada, eso sí es algo que se aprecia rebobinando en los últimos encuentros. No hay motivos para dramatizar, sí para reflexionar. Sobre todo para los que se fueron de La Rosaleda preguntándose por qué su equipo ya no es inmortal. Porque nunca lo fue.

El partido no tiene más historia que el bucle de rabia, la sucesión de noes. En los primeros compases ya se comprobaba la rápida acción del veneno inoculado por el Rayo. El Málaga estaba desencadenado, resignado a los arrebatos de Isco, Joaquín y Portillo, que en vez de combinar solo podían gritarse desde sus terrazas. No estaba el día para asociarse arriba por la gran colocación del Rayo. No había alegría en el inicio del juego por la fuerte presión del rival, que tenía siempre más jugadores en el campo ajeno que en el propio. No se habían acordado Demichelis y Weligton de echar el cerrojo al área. A los diez minutos nadie se atrevía a cuestionar la justa victoria visitante.

Lo que siempre se espera de los atacantes del Málaga también lo robaron los del rayo en el pecho. Leo Baptistao, José Carlos, Piti y Chori Domínguez, parecían ellos una gran tarde de Saviola, Isco, Joaquín y Portillo. Todos los que no eran ellos cuatro esperaban armónicamente al de Arroyo en cada regate, le dieron la tarde. Encerraron a Eliseu en tres metros cuadrados y sacaron a Saviola de la zona de peligro con su ambiciosa línea de fuera de juego. Si había alguna fuga, que las hubo, surgió Cobeño, el último eslabón. El cuadro de Jémez, un tipo valiente que disfrutaba en silencio varias filas por detrás del jeque en el palco, fue el Málaga en una de sus mejores noches, el mejor equipo que ha arrostrado al cuadro de Pellegrini este año. Ni Milan, ni Zenit, ni Atlético; el rayito.

 

A base de esperar sin éxito la resurrección del Málaga, más cerca del gol antes del empate de Demichelis que después, quedó disfrutar de Leo, el nuevo Michu. De la manija del Chori, de los alfiles, Piti y José Carlos. Sobre un césped poco amigo, por momentos afinaron y marearon a los blanquiazules, que desconocían la hiel de correr detrás del balón. Al menos el equipo ya sabe lo que sienten sus rivales cuando se enfrentan a su buen día.

 

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