Gumersindo Ruiz

‘Capital e ideología’ (I)

DESPUÉS de seis años del Capital en el siglo XXI, y más de dos millones de libros vendidos, Thomas Piketty publica Capital e ideología, una historia monumental de las desigualdades, en todas las épocas y todo tipo de países; repasa las sociedades que producían mediante esclavos, los conflictos bélicos que ponen fin a situaciones de privilegio, la vuelta a la desigualdad en décadas recientes, las fuerzas que están detrás y el papel de los impuestos. Desde Asia a Estados Unidos, pasando por África, y estudiando en profundidad Europa, Piketty analiza la evolución histórica de las desigualdades económicas, sociales y políticas, deteniéndose en el conflicto catalán, que identifica con élites que quieren disfrutar sin coste de las ventajas de un espacio comercial común; pero un territorio, Escocia, Cataluña, que quisiera integrarse ahora directamente en Europa, tendría que contribuir con más de lo que recibiera, no pudiendo decir: “Europa nos roba”.

El libro se estructura en cuatro partes, la primera, dedicada a los regímenes desigualitarios en la historia, con la invención de las sociedades de propietarios, y expansión de la capacidad de producir y de la propiedad gracias al comercio, apoyado por los estados, con compañías empoderadas militarmente que imponían su fuerza en Japón, India, y China. Esto ya se encuentra en la segunda parte, dedicada a las sociedades esclavistas y coloniales. En la tercera parte desarrolla la transformación en el siglo XX; es el siglo de la socialdemocracia y la tendencia e eliminar desigualdades, donde nacen y mueren las sociedades comunistas, y son sustituidas por las postcomunistas; y las antiguas colonias ganan independencia, aunque no necesariamente en igualdad interna. “Social-nativismo” es el término que emplea para describir los nuevos populismos nacionalistas. También un “hipercapitalismo”, con prácticas entre la modernidad y el arcaísmo, marca una tendencia generalizada hacia la desigualdad. La parte cuarta, en la que se reflexiona sobre las dimensiones del conflicto político, es algo deslavazada, pero el capítulo 17, el último, está lleno de sugerencias prácticas, principalmente fiscales, útiles para la discusión de cómo reparar las brechas sociales y quién y cómo paga para ello.

Tres aspectos pueden destacarse del libro; uno, que la historia de la desigualdad es una lucha de ideologías que marcan las costumbres, las leyes, la organización social, y justifican las desigualdades; en términos extremos será la esclavitud, y de forma más liviana la justificación en contra de un salario mínimo o una imposición sobre el capital similar a la del trabajo. El segundo aspecto es que debe integrarse el conocimiento económico con el jurídico, social, de comportamiento, y político. Piketty utiliza documentación muy diversa para construir una información apabullante de gráficos sobre la concentración de la renta y la riqueza en la historia, pero también sobre el interés de los votantes de determinados partidos, y busca novelistas como Austen, Balzac, Hugo, para desentrañar cómo se mantenían posiciones de privilegio. Por último, no se trata de un libro de lamentaciones ante la desigualdad, sino de naturaleza optimista, con el objetivo de encontrar en la historia enseñanzas para la solución a los problemas; hay que tomarse en serio –dice– todas las ideologías, porque todas recogen algo, aunque sea una pizca, de verdad.

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