Análisis

El precio del orgullo

  • Grecia debe reinventar su modelo económico para que las propuestas incluidas en el acuerdo tengan éxito.

Cuando el día 26 de junio el ministro de Economía griego Yanis Varufakis se levantó de la mesa de negociaciones del Eurogrupo y posteriormente se anunció la convocatoria de un referéndum para el 5 de julio, se creó un foso de desconfianza con los socios europeos por el insólito comportamiento en una mesa de negociaciones, lo que probablemente marcará un hito en la historia de Grecia y de la UE. Con esa convocatoria, el gobierno de Tsipras quería fortalecer su posición negociadora estableciendo un límite a las exigencias de sus socios con el probable aval del no en el referéndum de un pueblo estimulado en su orgullo nacional. Los socios europeos esperaron pacientemente la celebración de la consulta y lamentaron el resultado, mostrando posteriormente una gran desconfianza, que pesaría como una losa en las negociaciones recientes.

Como consecuencia de la desconfianza de los socios de la Eurozona, y de las dificultades económicas crecientes de Grecia por el corralito y las previsiones de desabastecimiento, las negociaciones para un nuevo rescate se fueron endureciendo hasta llegar al acuerdo de ayer por la mañana después de 17 horas de reunión. En dicho acuerdo se recoge la práctica totalidad de las reformas y recortes que los socios europeos vienen planteando desde hace tiempo, pero acentuadas y precisadas, a lo que se suma la novedad de un fondo de 50.000 millones de euros con activos privatizables, una especie de aval, que servirá para recapitalizar la banca, reducir la deuda y para proyectos de inversión. El ancestral orgullo heleno alimentado por la inconsciencia de su realidad ha chocado con sus restricciones económicas.

Pero el acuerdo alcanzado en la mañana del lunes no es aún el acuerdo de rescate, porque previamente se obliga a las autoridades griegas a aprobar diversas leyes y ajustes presupuestarios más exigentes; leyes y ajustes que el gobierno griego consideraba innegociables hasta hace unos días. Sólo después se iniciarán las negociaciones para el rescate y el BCE podría reabrir la línea de emergencia a la banca griega. Además, la desconfianza de los socios europeos va a implicar que las ayudas futuras van a estar condicionadas a reformas legales, adopción de medidas o recortes en el gasto público.

Este endurecimiento de la posición negociadora de la Eurozona ha sido valorado por algunos como una venganza de los socios por el desplante y las prácticas poco claras de los negociadores griegos, y tendrá un elevado coste político para Tsipras porque, después de tantos gestos contra los acreedores y tanto énfasis en el orgullo nacional, difícilmente podrá venderlo a sus conciudadanos como una victoria, por lo que la posible fractura en su partido y socios y las posibles alteraciones sociales pueden poner en dificultad su ejecución.

Si bien los mercados han reaccionado positivamente al acuerdo, se debe más a que se ha despejado el camino en el corto plazo que al resultado sea plenamente satisfactorio. Europa va a sufrir un coste de reputación, pero al menos se ha evitado la fragmentación en los planteamientos que se estaban perfilando en los últimos días, y el liderazgo de Merkel se acrecienta para satisfacción de algunos y disgusto de otros. Pero lo fundamental sería saber si Grecia podrá cumplir con los acuerdos del rescate, si finalmente se alcanza. Sería lógicamente lo deseable y es esperable que las autoridades europeas actúen con rigor y comprensión, pero Grecia es un país con una economía muy poco competitiva, que vive sustentada por las transferencias europeas y el crédito hasta que estalló la crisis, viviendo por tanto por encima de sus posibilidades desde hace muchos años; un país que, a excepción del turismo, tiene pocas actividades relevantes, manifestación de lo cual es el bajo peso de sus exportaciones, que solo alcanzan a poco más de la mitad de las importaciones; con un gasto público sobre el PIB superior a la Unión Europea, con un elevado número de funcionarios y altos salarios relativos, con un fraude fiscal ante el que España parecería un país calvinista, un sistema de pensiones generoso con la edad de jubilación y con un coste del sistema muy superior a cualquier país europeo en términos relativos, etc.

Ante este panorama el reto de los griegos es asumir su realidad y corregir los comportamientos, costumbres e instituciones que le impiden ser un país más competitivo. La gran dificultad es que este país (sus ciudadanos y sus instituciones) sea capaz de reinventarse en un corto periodo de tiempo, acuciado por gobiernos extranjeros, para que esta operación de racionalización económica pueda tener éxito. Ojalá que los griegos lo consigan.

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