Jueves de feria

Los aromas babilónicos

  • La recta final comenzó en jornada laboral con un ambiente algo más relajado tanto en el centro como en el Real, aunque quien quiso jolgorio lo tuvo a raudales y en los lugares más insospechados

El rito emocional que sigue el viajero cuando llega por primera vez a una nueva ciudad es siempre misterioso, insondable, tan lleno de instintos como de expectativas. La distancia suele multiplicar estos efectos, pero incluso si usted decide hacer caso al ministro Soria y ejercer el turismo únicamente en ciudades del territorio nacional percibirá la misma geometría, por más que el idioma y las comunes disposiciones urbanísticas y arquitectónicas inspiren cierta (engañosa) familiaridad. Nada más poner el pie en el suelo uno es consciente de su condición foránea, y como tal se cree embargado tanto por la curiosidad como por la precaución. El desconocimiento de lo que acontece a la vuelta de la esquina se tiñe a menudo de vulnerabilidad, pero también de ganas de rastrear el terreno y hacerse cuanto antes con una composición de lugar. Luego, cuando tras los primeros paseos ésta se mantiene ya más o menos firme en la conciencia, el caminante confirma en su mapa vital la localización de los lugares imprescindibles: el hotel, un restaurante, un museo que visitar, una tienda en la que comprar algo. Y así, poco a poco, todo esa interrogación en forma de espacio se va resolviendo en la práctica. A menudo el turista tiene la ilusión de que ya domina el callejero de la ciudad cuando en realidad apenas atisba un mísero fragmento, pero también esa ilusión alimenta el placer del viaje. Pues bien, soltada ya esta perorata, no puedo dejar de preguntarme qué pasará por la cabeza de los turistas que visitan Málaga estos días y se encuentran una ciudad llena de gente entregada a la bebida, el jaleo, la música atronadora, la falta de escrúpulos y el despiporre colectivo. Algunos argumentos como la suciedad amontonada en las calles del centro ya al mediodía y los pasmos etílicos convocantes de ambulancias no hablan precisamente bien de la plaza, pero, más allá de la vergüenza, la sola estampa de una ciudadanía conquistada por el frenesí a ritmo de charanga debe romper todos los esquemas de quien venga por aquí buscando restos fenicios, cuadros de Picasso o un teatro romano. La imagen que Málaga ofrece de sí misma en Feria hace honor a los versos de Catulo: "Y vosotras, aguas, perdición del vino / iros de aquí, a donde os plazca, y emigrad / junto a los puritanos: aquí sólo hay Baco puro". Y esto es lo que toca, oiga, incluso para desconcierto del argonauta.

Pero luego, claro, cada turista se adapta a la circunstancia como puede, o como quiere. La legendaria hospitalidad malagueña se remite en Feria estrictamente a los márgenes de la borrachera, y no crean, que ayer mismo una cuadrilla de italianos jubilados se ponía a caldo a base de Cartojal en la Plaza de la Constitución mientras unos jóvenes indígenas jaleaban cada trago con rendida devoción. A la misma hora, una pareja árabe, él con el cráneo rasurado y barba hasta el esternón, ella con el velo preceptivo y gafas de sol, escapaban raudos de la encerrona de la calle Martínez mientras una pandilla de amigos descamisados saltaba con la litrona en la nariz y otra de chicas ligonas con lemas provocativos en los dorsales reían la gracia empapadas en alcohólicos efluvios. Los hay bien entrenados, que conste: también ayer, cuatro tipos cetrinos y fibrosos que aseguraban venir de Estados Unidos (seguro que de Arkansas para abajo) se paseaban por la calle Granada Sandevid en mano dispuestos a no dejar short sin elogiar, y hasta en la puerta de la Casa Natal de Picasso una familia venezolana capaz de arrasar con todo bailaba a ritmo de Shakira mientras guardaba turno para entrar. En el Real todo se resuelve en la cotidianidad y los viejos conocidos, pero el centro, en Feria, se parece más a una Babilonia que arde en sus excesos antes de que a cualquier Alejandro Magno le dé por pasarla a cuchillo. Hasta los chinos venden en sus badulaques el rebujito ya preparado. El aroma, luego, hace honor en las aceras a tanta fraternidad derramada. Cúbranse que vienen moscas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios