'La banda'

Narciso muere ahogado

'La banda', de Roberto Bueso.

'La banda', de Roberto Bueso. / M. H.

Resulta fascinante comprobar cómo a estas alturas alguien es capaz de hacer una película tan cursi, repipi y pagada de sí misma como La banda. Dejado a un lado el interrogante sobre las verdaderas intenciones al engordar con este tipo de pelis una ya más que abultada Sección Oficial a Concurso del Festival de Málaga (a la plana mayor de los cineastas que pasan por el certamen les da por hablar de sus obras como pelis; pues bien, La banda es una peli por derecho: nada merece ser recordado apenas termina la proyección), la verdadera cuestión de fondo es el público. Esto es, para quién cree la industria cinematográfica que lanza productos como La banda, quién hay al otro lado. Luego, claro, seguramente la cinta entusiasme a los lectores de Defreds y Marwan, con una noción del amor romántico propia de Disney Channel; y si para ello hay que sacrificar el cine, pues se sacrifica. En La banda no hay una pizca de verdad, ni en la colección de interpretaciones acartonadas, ni en los planos almibarados para el mayor lucimiento de las sonrisitas, ni en una partitura atroz puesta para convencer al espectador de que todo es muy emocionante y que insiste en caer en el mayor de los ridículos, ni en las decisiones más desafortunadas en la escritura del guión (exactamente, ¿por qué tendría que robar una maestra en el ejercicio de su profesión, y tan cándida, una botella de licor de una tienda?). Y si no hay verdad, no hay cine. Si acaso una peli que intenta representar no se sabe bien a quién.

Pero el mayor problema de La banda es lo mucho que se gusta a sí misma. La alta consideración que se profesa. El largometraje de Roberto Bueso se cree Pascal pero no llega a Coelho. Quiere mostrar hechuras de profundidad, incitar a la reflexión sobre la responsabilidad que implica la madurez, pero contiene menos esencias que un canto rodado. Uno imagina las lágrimas y las botellas descorchadas en la sala de montaje y no puede más que encoger los hombros. Mientras tanto, la tradición más pobrecita, reaccionaria, machista y cavernaria del cine español, la misma que algunos daban por defenestrada, suspira aliviada ante la llegada del recambio. Aunque Narciso, ay, muera ahogado.

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