Festival de Málaga. Cine en Español

La letra pequeña

  • Más allá de la bulimia programática, la Sección Oficial del Festival de Málaga se mantiene tan fiel a sus tradiciones como a sus condicionantes

'El doble más quince', de Mikel Rueda.

'El doble más quince', de Mikel Rueda. / M. H.

Partía este año la sección oficial del Festival de Cine de Málaga con el prejuicio de contar menos nombres conocidos. Un escrúpulo, por otra parte, fácilmente desmontable: por un lado, sus mejores momentos han ido históricamente asociados a óperas primas de autores desconocidos; por otro, cuando primeros espadas han dejado caer algún título aquí ha resultado ser porque no los querían en ninguna otra parte. Por tanto, a priori no había motivos para posicionarse. Sí revestía mayor interés confirmar si las diferentes velocidades de la sección nacional y latinoamericana se prorrogarían. Y tanto ha sido así que hablar ya de dos velocidades prácticamente resulta un rodeo para no calificar al segmento latinoamericano como ofensivamente superior al nacional. Los motivos son seguramente varios y complejos. Y probablemente no todos imputables al comité de selección. (Si bien el incremento –una vez más– de cintas recibidas dificulta el diagnóstico. O dicho de otra manera, ¿sirve de algo recibir más de 2.400 películas candidatas, cuando parece preestablecido el espacio de los telefimes patrocinados? Aparentemente no).

Por otra parte, el afán por las cifras, los porcentajes y la venta de entradas ha derivado este año en una auténtica bulimia programática: con 22 cintas en la Sección Oficial (más dos fuera de concurso) se han logrado superar de nuevo las cifras vecinas de Huelva, Gijón y San Sebastián (17) o Sevilla (19), siendo el espectro de estos últimos notablemente más amplio. Con tan extensa selección y el esfuerzo –por otra parte loable– de mantener una relación ecuánime entre las producciones nacionales y las iberoamericanas, se entiende mejor la selección conjunta de películas prácticamente intercambiables como Litus y ¿A quién llevarías a una isla desierta? o descaradamente fallidas como El doble más quince o 522. Un año más sería también miope no reconocer que gran parte de las carencias de Málaga no vienen sólo por la selección y el desprestigio ganado a pulso durante ediciones, sino sobrevenidas por el declive general de una industria deprimida. Pero esto no es óbice para cuestionar que el eslógan de “la foto fija” esté resultando más bien un eufemismo del todo vale. Por otra parte, si el interés por aumentar la cantidad –en claro desmedro de la calidad– tiene intenciones o no más allá de lo cinematográfico (¿lo político? ¿lo turístico?), el tiempo lo dirá. Pero eso sí, nadie podrá negar que el Festival persiste fiel a su tradición y proporciones: dos o tres cintas verdaderamente destacadas, cuatro o cinco infamias de incomprensible selección, y una variopinta gama de películas medianas, que se pueden llegar a ver con mayor o menor interés, pero cuya relevancia cinematográfica resulta difícil de averiguar. Lo punzante es que con el paso del tiempo las cintas que suscitan golpes de pecho en los dossieres de prensa (Smoking room, 10.000 kilómetros, Verano 1993, etc.) pertenecen al grupo más reducido. Y la vasta cantidad de películas olvidables se acepta cada año como un peaje que hay que abonar para tener acceso a un par de títulos de interés. O para traer celebridades, lo cual sería aún más cuestionable.

Las cintas que suscitan más golpes de pecho en los dossieres de prensa pertenecen al grupo más reducido

Si no, no se entiende bien el empeño en arrinconar en ZonaZine a producciones meritorias y verdaderamente necesitadas de altavoz. Este año, Ojos negros (producción de Filmin que, oh, no es Netflix), La filla d’algú o Perro bomba bien podrían haberse revelado como fuentes de prestigio y reconocimiento para un Festival largamente necesitado de ello. Recogía Caimán, Cuadernos de cine en su valoración del pasado año que la Sección Oficial albergaba “demasiadas cláusulas en su contrato”. Y a la vista de la persistencia, no se equivocaba. Para recuperar el prestigio (o qué demonios, simplemente para no conformarse) quizá sería el momento de revisar la letra pequeña.

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