Calle Larios

En la Málaga de Eugenio Chicano

  • Los homenajes que vengan a partir de ahora en memoria del pintor serán justos y necesarios

  • Pero no habrá mejor tributo que el empeño en ganar la ciudad que él quiso: abierta, culta y amable

Eugenio Chicano amaba a Málaga por sus contrastes: a contraluz se ve mejor.

Eugenio Chicano amaba a Málaga por sus contrastes: a contraluz se ve mejor. / Javier Albiñana (Málaga)

Apenas conocida la noticia de la muerte de Eugenio Chicano, repasábamos Pepelu Ramos y un servidor algunas de las máximas que prefería repetir el pintor y fue él quien pronunció una de mis favoritas: “Me voy a morir sin ver a Málaga hecha una señora”. Cabe admitir, ay, que sus sospechas fueron finalmente ciertas: el artista amaba profundamente su ciudad pero, al mismo tiempo, se dejaba invadir por la desazón cuando advertía decisiones, situaciones e injusticias impropias de ese amor. Más aún, Chicano encarnaba como nadie esa paradoja (tan incomprensible para los tecnócratas del crecimiento económico a cualquier precio, que hablan de las ciudades como si de tartas con sus guindas se tratase) por la que se puede amar a Málaga más allá de la razón si cabe y al mismo tiempo denunciar siempre lo que debe ser denunciado, lamentar y alzar la voz ante cada agresión, plantarse ante cada paso avanzado hacia la consecución de una ciudad chusca, hortera, merdellona, cualquiera. Lo que peor llevaba, eso sí, era el aburrimiento. A menudo, en las conversaciones que manteníamos en su estudio, se llevaba una mano a la cabeza en gesto taciturno y me preguntaba por qué en Málaga no pasaba nada, por qué estaban siempre los mismos en todas partes, por qué algunos se empeñaban en sembrar de obstáculos el camino que legítimamente correspondía a los jóvenes de mayor talento para tomar el relevo. Esa sensación de ciudad paralizada, de territorio vendido a la espera de que algún inversor se dejara caer con algún capricho, sin motivación ni interés en generar su propia riqueza cuando, y de esto estaba seguro Chicano, Málaga dispone de valores propios suficientes como para ponerse en marcha, le amargaba el café. La idea de que alguien construyera un rascacielos en el Puerto le producía verdadero pavor: él defendía la mediterraneidad de Málaga, su aire de ciudad “coqueta”, la singularidad de su paisaje y el rendimiento que sus encantos podían llegar a generar debidamente administrados, que no explotados. Y le dolía pensar que la ciudad había sido capaz de sacrificar ese patrimonio histórico y vital para convertirse en algo que no era, que no podría ser nunca. Cuando a finales de los 80 Chicano tuvo en sus manos la ocasión de fundar la Fundación Picasso en la Casa Natal del artista, encontró al fin la puerta abierta para llevar al extremo su experimentación entre la tradición y la modernidad: su objetivo no era tanto (que también) reconciliar a Málaga con Picasso, porque estaba convencido de que esto se terminaría dando, tarde o temprano; sino introducir en una ciudad todavía lastrada, con demasiadas deudas con el pasado y pocas estrategias de cara al futuro, todo un torrente de vanguardia, creatividad e ímpetu como Picasso, que ya había sido coronado como verdadero símbolo de progreso en el mundo. Así era la Málaga que Chicano prefería: resuelta a base de contrastes, flamenca y señora, verdialera y exquisita, amante de la copla y de la gran literatura, de la ópera y de Miguel de los Reyes, con quien no se perdió una salida del Cristo de los Gitanos. Una Málaga libre, culta, amable y abierta, capaz de estar en todas partes, altas y bajas, y salir siempre airosa. Y feliz.

No hay ningún destino fijado que haya que seguir de antemano. Siempre podemos cambiar lo que no nos gusta

Con todo esto, desde que Chicano no está y camino por la Victoria sin la esperanza de encontrármelo, pienso que seguramente su mejor legado, dejada a un lado su asombrosa y abundante producción artística, sea esta idea de Málaga. Si parece que la ciudad sigue un modelo de desarrollo bien trazado, a lo mejor estamos en condiciones de probar una alternativa, a ver qué pasa. O podemos seguir considerando que el modelo en cuestión deja contento a todo el mundo cuando esto no es verdad en absoluto. Con Eugenio abrazado a su reposo en el cementerio de Vélez-Málaga, muy cerquita de María Zambrano, cabe esperar la celebración de homenajes, tributos, exposiciones, jornadas y no sé qué otro tipo de convocatorias con tal de alentar su memoria, lo que sin duda será justo y necesario; pero a lo mejor el mejor homenaje que podemos rendir a Eugenio Chicano, el que más le habría gustado y el que habría preferido, es el empeño invertido en ganar esa Málaga coqueta, señora, luminosa, cool, popular, limpia, soberana, divertida, un pelín orgullosa, buena amiga y mejor aliada que él soñó, pintó, evocó y escribió de manera incansable. Porque, olvídense de planes estratégicos: Málaga no es otra cosa que lo que hacen de ella los malagueños. No hay ningún destino fijado que haya que seguir de antemano. Siempre podemos cambiar lo que no nos gusta. Mejor pronto que tarde.

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