Málaga

Doblete de López Simón en una tarde incompleta

Festividad de la Virgen de la Paloma, 15 de agosto, día más torero del año, "El que no torea en un día como hoy, ni es torero ni es na". Y en Málaga teniendo que soportar otro baile de corrales. 9 toros hicieron en paseíllo alrededor de las dependencias de la plaza. Algunos de ellos no llegaban a los mínimos establecidos en reglamento. Todo para una corrida final remendada con un toro de La Plata, tan parado y tan inservible para el toreo como el de la novillada picada pasada. A eso hay que sumar que más de un toro pudo salir al ruedo por la cara que tenía -suntuosos de pitones- pero, ¡ay si solo se hubieran visto de espaldas...! Que no se trata de toro grande, se trata de toro serio, para Málaga. Nada más. Y si a eso se le añade la flojedad intrínseca de los 5 de Domecq, el resultado es un desencanto generalizado en cualquier pobrecito que vio el espectáculo. No iba a ser menos.

El Fandi fue el desafortunado que se tuvo que poner delante del De la Plata, que salió con un pitón tremendamente escobillado y que el público, con razón, protestó. Puso banderillas en un tercio de dominio absoluto que, seguramente, fuese lo más reseñable de la tarde. Inició faena y se paró, literalmente, en el tercio. Le sacó dos tandas y tras matar escuchó silencio. Capoteó con mucho gusto a su segundo, meciendo a la verónica las embestidas hasta poder hacerse con él. Le efectuó un un vistoso quite por navarras y no dejó en ningún momento de lado su papel de director de lidia. Con los palos evidenció un conocimiento forjado sobre los terrenos. Lo mandó al tendido 3 para alejarlo de la querencia y le clavó dos pares de mucho riesgo. La plaza se lo reconoció. El animal desarrolló el temperamento que había escondido en la muleta. Una casta engeniada que obligó al granadino a llevarlo muy en largo hasta poderle. Influyeron los tiempos y las distancias, acertadamente elegidas, para poder ver muletazos de buen trazo. La faena se desarrolló más próxima al clasicismo que al tremendismo que acostumbra. Estuvo más que correcto y tras un pinchazo dejó una buena estocada que le valdría para saludar desde el tercio.

López Simón se llevó el lote de la tarde. Y los trofeos, también. Sin embargo, no estuvo por encima en ninguno de sus oponentes, más voluntarioso y valiente que efectivo y planificado. Al primero lo lanceó con temple y en largo hasta llevarlo al centro del ruedo. Un toro imponente de pitones pero escurrido de cuerpo. No apuntaba malas maneras pero se descompuso tras el tercio de varas. Junto a eso, un desacertado inicio de faena de rodillas con el que el toro protestó los remates por alto. Quiso imponerle con la muleta su concepto antes de que el animal lo permitiera y anduvo entre enganchones, apretones y unas tandas amontonadas. Una vez que se paró, pudo desarrollar el encimismo que tanto buscaba, con el aliento del animal estrellándose contra el muslo. En un descuido casi le rebaña la pierna, propiciándole un pequeño puntazo en la taleguilla. Ahí se vino arriba, le calzó un buen par de series por ambos pitones y la obra adquirió temperatura. Hizo la suerte con pureza y dejó un espadazo tras el que recibió una oreja. El quinto fue un toro que prometía buenas condiciones de salida, abriéndose mucho en el capote y con alegría. Tras una salida por estatuarios, se dispuso a torearlo en redondo. No se adaptó de primeras a lo que el toro requería pese a las sobresalientes dos primeras tandas por el derecho. Este animal acentuó la falta de fuerzas. A poco que un toque se saliera de la suavidad, el animal perdía las manos. Y así en la gran mayoría de las tandas. Quizá fue ese el motivo por el que no rompió la faena. En los compases finales sonsacó una buena serie ligada de naturales en la que, esta vez sí, primó la despaciosidad y el juego de vuelos a la hora del cite. Acabó como quiso, muy cerca del toro. Estuvo cómodo en un lugar sin mando, fruto del valor desorbitado del de Barajas. Dejó la espada contraria y atravesada y le dieron la oreja.

Ginés Marín volvió a hacer alarde de su gusto capotero y la plasticidad de su figura torera. Variado con la capa, galleó por chicuelinas para que su padre dosificara la fuerza del animal con la puya. Quedó crudo. Mejor. Le cuajó seis ayudados por alto de cartel de toros a un animal difícil por las alturas y las distancias. Calentó al tendido con un final ligado de manoletinas rubricado con una buena estocada. Se le pidió la oreja y dio una vuelta al ruedo. En el último hizo una gran labor que el público no reconoció frente a un toro brusco y peligroso que evidenció lo buen torero que es Ginés. No abandonó su concepto artista por más que el astado le puso los pitones en el pecho y enlazó tres grandes series por la izquierda. Mató bien, lo mejor que pudo hacer y le ovacionaron. Al menos Málaga vio toros un 15 de agosto.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios