Artistas callejeros en el centro de málaga

Estatuas vivientes en busca de autor

  • Una pasarela de mimos desfila cada día, inmóvil, por la calle Larios en un espectáculo de teatro mudo · Bajo su disfraz, cada uno esconde una historia distinta, donando su arte a la ciudad y a su público

En medio del bullicio y el alboroto cotidiano que se respira en el corazón de Málaga, una pasarela de seres estrambóticos desfilan, inmóviles, a ambos lados de la calle Larios en un espectáculo de teatro mudo. Se trata de estatuas vivientes, que viven de los gestos y de las dádivas de los paseantes. Envueltos en disfraces más propios de Hollywood, representan una comedia, una pantomima, ya que fingen algo que no sienten. Su arte es agridulce, amargo, porque generalmente no les gusta estar ahí. Pero lo soportan, día tras día, donando arte al público, a cambio de una moneda. Ganan entre 15 y 50 euros, según se de el día. Transmiten alegría a la gente, pero bajo su disfraz de luces y colores cada mimo esconde un historia humana de distintos matices.

Son una mezcla entre artistas callejeros y mendigos, testigos impasibles del acontecer diario. Su quietud sólo se ve perturbada por breves momentos en los que interactúan con el público que se detiene ante su presencia. Como el niño que, con una mueca de temor en la cara, se acerca La Bruja a echar una moneda. La escultura hace un leve movimiento y le obsequia con una "piedra de la suerte". El menor se va contento y feliz. "Es una tradición que sólo hemos visto en Málaga", afirma Andrea, esposa de La Bruja. Bajo la máscara de esta última se esconde el rostro de Akos, un hombre que llegó hace nueve meses de Hungría junto a su mujer en busca de trabajo. Él, pintor de profesión, ella, maestra y cantante de gramófono.

Pronto conocieron a otros compatriotas que se dedicaban al "negocio". Al no encontrar nada mejor, hace dos meses Akos se convirtió en mimo. Andrea, que le vigila a una cierta distancia, es como su ángel protector. "Llegamos a España para empezar de cero", confiesan. Y, en cierto sentido, Akos lo hizo, transformándose en una bruja plateada que, sentada en un baúl con un gato en su regazo y una escoba, espera la caída de la próxima moneda.

Tampoco le ha sonreído la suerte al Caballero Plateado, que yace de pie durante horas a la espera de la ansiada recompensa. Justo cuando baja el escalón del pedestal que le eleva en el aire, finge perseguir a un grupo de niñas adolescentes que pasean por la calle Larios, que huyen entre risas. Ginel, ese es su nombre, suda como si acabara de correr una maratón. Está cansado, no sólo porque le duele la espalda, el cuello y los pies, sino de ser mimo. "Vine a España en busca de un futuro mejor. Si llego a saber que voy a acabar así, no hubiera venido", dice este hombre de origen rumano, que asegura que su trabajo es "muy duro".

A pocos metros de este personaje, la sombra de una silueta se proyecta imponente en el suelo de la calle Larios. Es el Mago Merlín, que como por arte de magia se erige en lo alto de su pedestal portando una bola de cristal. Está inmóvil, como un ser inerte erosionado por el paso de los siglos, bajo un disfraz de bronce envejecido pero brillante. Lo único que se mueve en esta estatua son los ojos azul cielo de un joven australiano, llamado Dilan, que ha decidido hacer de su cuerpo una obra de arte. A diferencia de La Bruja y del Caballero Plateado, lo suyo es una vocación. "Hago de mimo porque me gusta, me divierte, no para hacerme rico", afirma. Es un hombre tranquilo y simpático, dos cualidades que debe tener todo mimo profesional. Él mismo se diseña sus trajes. A lo largo de su carrera ya ha hecho de ocho personajes distintos, entre ellos La Masa y un pirata.

Pese a las horas que pasa "petrificado" (ocho al día), como ajeno al entorno, no se queja del calor. "Lo peor es que hay gente que no valora lo que haces, y a veces te empujan, te gritan o te roban", explica. Pero hay cosas que merecen la pena. "Lo bueno es que estás interactuando con la gente, le estás dando tu arte", dice Dilan.

Un arte que se enmascara bajo multitud de caretas. Otra de ellas es la de un payaso llamado Larry. Nacido en Holanda y químico de profesión, llegó hace ocho años a España para dedicarse al mundo de la interpretación. Tras la muerte de su esposa en un accidente de coche, lo dejó todo para "empezar una nueva vida", según cuenta. Actualmente se está dejando barba para hacer del personaje de ficción Pagan en el musical de Oliver Twist.

Y es que estas esculturas vivientes son auténticos "mendigos de lujo", como los define Andrea, esposa de La Bruja. No son meros vagabundos, sino personas que llenan la calle Larios de color, fantasía y alegría. "Es un arte que casi nadie aprecia", y "mucha gente no los ve como a artistas, sino como a pobres a los que hay que echar una moneda por pena", explica. Pero, en realidad, se trata de personajes en busca de autor, que han sido arrojados al mundo y que viven su drama existencialista lo mejor que pueden, en el teatro de la calle.

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