Málaga

Faltaban los cruceros: día de fiesta y sálvese quien pueda

  • En virtud de la noble hospitalidad malagueña, y por si éramos pocos, más de 8.000 navegantes en chanclas se apuntaron ayer a una jornada que no dejó hueco por llenar en el centro ni en el Real Así suena un día de fiesta

UNA amiga establece comunicación desde La Coruña, su ciudad natal, donde pasa los veranos: "¿Cómo lleváis la Feria?". Le hacemos una descripción somera de la situación como queriendo hablar de otra cosa. "Aquí también estamos de fiestas, las de María Pita. Duran todo el mes". "¿Y en qué consisten?", preguntamos. "Uy, hay muchas cosas. Hay conciertos en las plazas y jardines, en el centro y en los barrios, todos los días, de todos los estilos. Lo mismo toca la Orquesta Sinfónica que Alejandro Sanz o Ara Malikian. También hay festivales de rock, vienen León Benavente, La Habitación Roja, Ariel Rot, Sidonie y Los Planetas, y muchas actuaciones son gratuitas". "¿Y qué más?". "Hay ferias de artesanía, festivales de teatro para niños y adultos, una feria del libro antiguo y un salón del cómic. ¿Y por ahí? ¿Qué tenéis?". Casi no vale la pena contestar. A uno, más bien, se le cae la cara de vergüenza. Que en la Feria de Málaga metan como programación cultural el mismo listado de museos que están abiertos el resto el año ya resulta, de por sí, suficiente para emitir un diagnóstico. Y si se trata de ir a conciertos, pues no hay más que echar un vistazo a los carteles, recordar los años en que también tocaban Los Planetas, 091, Los Rodríguez, Juan Perro, Luis Eduardo Aute y Kiko Veneno, encogerse de hombros y poner algún disco en casa o en el coche. Ya ven, a nadie en La Coruña se le ocurrió decir que la suya era la mejor Feria del Atlántico Noroeste ni nada por el estilo, pero aquí tenemos la Feria del Sur de Europa. Y confieso que semejante lema siempre ha representado para mí un enigma indescifrable. ¿Cómo es una Feria del Sur de Europa? ¿Cómo son las Ferias en Catania, en Tirana o en el Peloponeso? No se sabe mucho de ellas, aunque la nuestra presume de rango internacional. Pero la amiga coruñesa sigue dispuesta a apurar las Fiestas de María Pita, durante un mes enterito, hasta el final. Le preguntamos por el botellón y la suciedad, y responde: "La gente bebe en los bares, claro, como siempre. Pero en la Feria no salimos sólo a beber, sino a hacer cosas que no hacemos el resto del año, a disfrutar del ambiente, a ver conciertos o apuntarnos a cualquier actividad. En cuanto a las calles, de noche se ensucian, pero cada mañana amanecen limpias". Lo curioso, al escucharla, es la manera en que en Málaga hemos dado tantas cosas por sentadas, o mejor, por perdidas: que tanta gente considere la Feria una mera excusa para emborracharse en la calle sin tener que rendir cuentas se considera como un mal menor, algo que hay que aceptar sin más; pero nadie, todavía, se ha planteado presentar en serio una alternativa. Porque si la alternativa consiste en vestirse de gitana, bailar sevillanas, ir a un concierto de Carlos Baute o seguir a una panda de verdiales, habrá muchos que se lo pasen de lo lindo y otros, no menos, que prefieran ponerse beodos hasta la médula espinal. O, como la cuadrilla que tengo ahora mismo justo bajo mi ventana, emprenderla a zapatazos con un tablao en la calle Larios cuya utilidad a estas alturas ignoro al ritmo de himnos improvisados y soeces. Del mismo modo, quienes disfrutamos de una dorada época de conciertos cuando el Real de la Feria estaba en Teatinos hemos dado ya por perdida la esperanza de que algún día una actuación anunciada llame nuestra atención. Parece que no hay manera de mejorar esto. Claro, lo que actualmente se ofrece atrae a mucha gente. Más, seguramente, que las Fiestas de María Pita en La Coruña. Pero hay que preguntarse a qué precio. Porque esta Feria, por cierto, y ya que hablamos de precios, así como el arreglo de los destrozos, la pagamos todos. Y no hablo sólo de dinero, que de eso se encargan los turistas.

Por cierto: a la pléyade de malagueños entusiastas con su Feria del centro se añadieron ayer Jasón y los Argonautas. De tres lindos cruceritos desembarcaron más de ocho mil guiris en chanclas dispuestos a conocer de primera mano el fenómeno. La jornada festiva adquirió los tonos esperados, con todo lleno en todas partes, imposibilidad de dar un paso con relativa calma, mucho baile y mucho arte en la portada de Larios, alcohol ingerido y derramado en Uncibay, ambulancias entrando y saliendo por todas partes y una barroca mezcla de efluvios en el oxígeno. Más de uno aprovechó la coyuntura: en la Plaza del Obispo, mientras el grupo que está por aquí todos los días se metía al público en el bolsillo con Sabor de amor después de haberla emprendido con Enamorado de la moda juvenil, un pelirrojo retrepado, que apenas podía sostener el mojito, decidía emplear el inglés con dudosos resultados para hacerse el interesante delante de una rubia alta e indiferente, que respondía como una agente de la KGB con acento alemán. Aunque quienes triunfaron ayer con los cruceristas fueron los encargados de los puestos ambulantes: jamás se habían vendido en Málaga tantos abanicos, joyas de esmerada artesanía que dentro de un par de semanas serán exhibidas como piezas de trofeo en Berlín, Múnich, Verona y Londres.

Con respecto a la población autóctona se hizo más visible, al fin, y también como consecuencia del día festivo, el público familiar, con abuelos, padres y nietos alrededor de las mismas mesas y en los mismos corros; y allí, en sus dominios, ayer extrañamente respetados, por más que luego los cafres hicieran de las suyas con la impunidad bien resuelta, la Feria de Málaga se parecía algo a la Feria de Málaga. También hubo más y mejor ambiente en el Real del Cortijo de Torres, con notable afluencia en las casetas durante el mediodía y la entrega sin paliativos a los carricoches nocturnos de una ciudad que no quiere que esto se acabe. Todo apunta a una resaca monumental en el día de hoy. No habrá paracetamol para tanta jaqueca.

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