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Investigación microbiológica en la UMA, la lucha contra el ataque de los hongos

  • La investigadora Dolores Fernández lleva más de 15 años estudiando la resistencia de determinados hongos ante los fungicidas para crear una agricultura más eficiente

La investigadora Dolores Fernández en los laboratorios del departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias de la UMA.

La investigadora Dolores Fernández en los laboratorios del departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias de la UMA. / Javier Albiñana (Málaga)

Desde que comenzó su tesis doctoral en 2002, realizada entre la Universidad de Málaga y el CSIC de La Mayora, la microbióloga Dolores Fernández ha centrado su trabajo en estudiar la resistencia que desarrollan determinados hongos patógenos de plantas a compuestos químicos, es decir, a los fungicidas que se utilizan para su control.

La enfermedad del oidio de cucurbitáceas y la botritis en fresa han sido sus dos principales líneas de investigación con el claro objetivo de poner la ciencia al servicio de una agricultura más eficiente.

El oidio de cucurbitacias es una enfermedad fúngica que afecta a plantas como el melón, la sandía, el calabacín, el pepino y la calabaza. “Esta enfermedad ataca a estos cultivos y su control es necesario hacerlo con fungicidas”, explica la investigadora Ramón y Cajal de la UMA. En el clima mediterráneo se dan las condiciones ambientales propicias para el desarrollo de este hongo que tienen la capacidad de desarrollar resistencia a los productos que se comercializan para su control.

“El estudio se ha dedicado a determinar a qué fungicidas había resistencia de los registrados en España y por qué y eso se hace analizando los mecanismos moleculares dentro del hongo”, comenta Fernández, que terminó su tesis en 2007. “La línea continúa pero se ha modernizado buscando otros objetivos”, agrega.

Subraya la investigadora que ahora el objetivo principal “es buscar dianas en el hongo para el diseño de nuevos fungicidas, porque es capaz de desarrollarse y adaptarse de tal forma que los productos aplicados por el agricultor sean como el agua para ellos y no sirvan para nada”. Este oidio crece en la superficie de las hojas de las plantas y la cubre por completo con un polvo blanco que reduce su capacidad fotosintética, por lo que se disminuye la producción del cultivo.

La botritis en fresa afecta a casi todas las hortalizas

En su última estancia postdoctoral en la Universidad de Clemson, en Carolina del Sur, Estados Unidos, se centró en otra enfermedad, la botritis en fresa. “No solo ataca a la fresa sino a muchas otras plantas, como el tomate, a casi todas las hortalizas, y lo que hace es que pudre el fruto”, dice Fernández.

El oidio de cucurbitáceas cubre la hoja y le resta capacidad de fotosíntesis. El oidio de cucurbitáceas cubre la hoja y le resta capacidad de fotosíntesis.

El oidio de cucurbitáceas cubre la hoja y le resta capacidad de fotosíntesis. / Javier Albiñana (Málaga)

“Estudié el control de la enfermedad con fungicidas y se desarrolló un kit para supervisar la resistencia real en el campo y aconsejar a los agricultores sobre qué fungicidas podían usar o no en función de si funcionaba en su finca”, agrega la investigadora. Su trabajo sobre la botritis continuó en Málaga gracias a la financiación de tres proyectos: el Marie Curie U-mobility de la UMA, el Comfutura y el Ramón y Cajal.

La microbióloga apunta que hay varias pautas de prevención que se intentan inculcar entre los agricultores, como tener una buena ventilación en los invernaderos, la limpieza del terreno de elementos vegetales y la desinfección de las herramientas de poda. Sin embargo, “cuando se establece la enfermedad, la lucha química con fungicidas es la única opción”, comenta. Lo ideal sería, señala Fernández, “un cultivo ecológico sin tratar con productos químicos pero hay enfermedades que no se pueden controlar si no es de esta manera”.

"Cuando se establece la enfermedad, la lucha química con fungicidas es la única opción"

La investigadora destaca que cuando se lanza al mercado un nuevo fungicida lleva detrás más de 15 años de investigación, controles muy exhaustivos y mucho estudio. “Nos tomamos antibióticos alegremente, tanto que incluso tiene que haber campañas para que no nos automediquemos, pero nos entra el pánico con el uso de productos químicos en la agricultura”, apunta.

Y defiende que “si se usa bien, si el agricultor respeta las instrucciones del fabricante, las dosis y plazos de seguridad no hay ningún riesgo, son completamente seguros”. Además, añade, “cuando se consume la verdura o la fruta ya no hay restos de productos químicos en ella porque va desapareciendo.

Una agricultura que necesita el control químico

Dolores Fernández en el laboratorio. Dolores Fernández en el laboratorio.

Dolores Fernández en el laboratorio. / Javier Albiñana (Málaga)

La agricultura actual ya no se entendería sin estos tratamientos. Es más, según las previsiones de crecimiento de la población mundial, “se tendrá que producir un 70% más de alimentos, esto sin control químico no se concibe”, señala Dolores Fernández, que forma parte del grupo de investigación Microbiología y Protección de Cultivos del departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias y el IHSM. El investigador principal de dicho grupo es Alejandro Pérez García.

“En este grupo estamos intentando obtener proteínas diana que sean fundamentales para el desarrollo del hongo y buscar compuestos químicos que actúen sobre esa diana”, comenta Fernández. De los resultados salen patentes y su transferencia a la industria fitosanitaria. “Esto es ensayo error, pruebas y más pruebas en el laboratorio”, dice la investigadora, que siempre ha intentado que sus estudios tengan una aplicación directa en el campo.

"Intentamos obtener proteínas diana que sean esenciales para el hongo y buscar compuestos que actúen sobre ellas"

“Voy a charlas e intento concienciar a los agricultores de que la población de botritis en una finca y otra, aunque estén al lado, puede ser distinta y no funciona lo mismo en todos los casos”, agrega la investigadora. El vivero donde se compró la planta, el cuidado del campo o, incluso, las esporas que se quedan en la ropa de los trabajadores puede modificar completamente el tipo de hongo. “Tienen que saber cuál es el ataque más efectivo, así que me mandan muestras al laboratorio y le recomendamos el fungicida apropiado”, añade.

En su grupo hay otros proyectos centrados en los últimos subtropicales, el mango y el aguacate. De él se encarga Francisco Cazorla que junto con Antonio de Vicente estudia la muerte regresiva de ramas de aguacate por hongos aéreos, entre otras patologías.

Por su parte, el profesor Cayo Ramos estudia la tuberculosis del olivo y Diego Romero las interacciones, bacterias, plantas y su posible aplicación biotecnológica a la agricultura en el marco de la sostenibilidad.

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