Málaga

Siete años sin Pablo Ráez, pero con su legado vivo

Pablo Ráez, con su típico gesto de 'Siempre fuerte'.

Pablo Ráez, con su típico gesto de 'Siempre fuerte'. / Javier Albiñana

Fue el 25 de febrero de 2017. Ya van siete años sin Pablo Raéz. “Más de 2.500 días”, precisa Francisco, su padre, que lo recuerda “cada minuto”. El joven, que ahora tendría 28 años, no pudo vencer la leucemia, pero dejó un legado que se traduce en cientos de donantes de médula ósea que quizás ya hayan salvado vidas o la salven algún día.

Porque aquel veinteañero marbellí hizo la mayor campaña en favor de estas donaciones que se haya realizado nunca en España. “Hoy todo el mundo sabe lo que son las donaciones de médula ósea”, apunta su padre. Y fue más allá: “El mensaje de Pablo pertenece a su generación porque demostró que los jóvenes tenían valores”.

Él usó como nadie las redes sociales para concienciar sobre la importancia de donar. Desde el hospital contaba sus vivencias y su lucha. Puso a quienes lo escuchaban en la piel de los que se enfrentan a una enfermedad y les instó a hacer algo por ellos, con la solidaridad de la donación. Su lema Siempre fuerte y su característico gesto con el brazo forman ya parte del acervo colectivo. “Él no venció el cáncer, pero venció el miedo a morir. Yo soy discípulo de mi Pablo”, afirma emocionado su padre. Sobrellevar la pérdida de un hijo debe ser una de las cosas más difíciles de la vida. Siete años después de su muerte, Francisco habla de lo que su “niño” le legó a él y a los demás.

A él, por los momentos compartidos y las enseñanzas que le dejó, incluso cuando ya sabía que se moría: “Yo vivo en el agradecimiento. Estoy agradecido de tanto tiempo con él. Gracias a mi trabajo, he sido un padre que he podido criarlo cada día. Ahora es más normal que los padres estén con los niños. Yo siempre he estado con él. Lo he llevado al colegio cada día. Y vivo en el agradecimiento de haber vivido con él”.

Francisco Ráez con su hijo. Francisco Ráez con su hijo.

Francisco Ráez con su hijo. / M. H.

Paco recuerda una entrevista que le hicieron un mes antes de morir, cuando ya sabía que pese a su juventud, la vida se les escurría entre los dedos. “Ahí, habla de que para él, su filosofía era el carpe diem diario, no el carpe diem como objetivo, sino diario. Que aquí estamos para aprender, que todo lo que pasa es perfecto y tenemos que aceptarlo y agradecer lo que tenemos, sin tanta queja y tratando de ayudar a los demás. Como dice José Antonio Marina, la bondad es la culminación de la inteligencia. Ser o convertirte en un persona buena, es lo mejor que te puede pasar. Y Pablo se convirtió en un buen niño”, dice su padre.

Un buen niño que con sus mensajes multiplicó por miles los donantes de médula, sacudió muchas conciencias y apeló a la solidaridad. Por eso Francisco, un padre orgulloso, también destaca lo que su hijo dejó a los demás: “Ya todo el mundo sabe lo que es la médula ósea y cómo se dona. Cuando voy a cualquier sitio y digo mi apellido, todo el mundo dice ¡oh! Pasado el tiempo, Pablo es amor. Todo el mundo que me habla de Pablo, habla con pena, pero sin tristeza. Él trascendió. Decir Pablo Ráez es un gran orgullo. Lo normal es que tu hijo te sobreviva. Pero ha sido al revés. Estoy muy agradecido de tanto tiempo que he podido estar con él desde pequeño. Yo he estado con mi niño más que mi padre conmigo en cuatro vidas. Cada uno trata de agarrarse a lo que puede. Yo vivo en el agradecimiento a lo vivido con él; en intentar ser mejor persona, quejarme menos, ayudar a los demás y hacer del mundo un lugar un poco más bonito”.

Un mural de Pablo, en Málaga capital. Un mural de Pablo, en Málaga capital.

Un mural de Pablo, en Málaga capital. / M. H.

Para que el llamamiento de su hijo perviva, Francisco lanza un mensaje, sobre todo a los jóvenes: “Hay que seguir donando. Y no sólo es donar médula, sino comprometerse con la sociedad en la que vives; aportar un extra de ti a esa sociedad. Siempre nos quejamos de los demás, pero lo que podamos hacer, tenemos que hacerlo. Los jóvenes tienen que donar médula, sangre y también intentar que el mundo sea un poco más humano. Eso es lo único que nos salva. Porque por mucho que tengamos, si no podemos compartirlo con las personas que queremos, sabe peor”. Por eso les repite su mensaje: “Hay que animar a la juventud a dar un paso adelante y a comprometerse con la sociedad para seguir avanzando”.

A la edad en la que los jóvenes viven intensamente, bailan, disfrutan, socializan, Pablo tuvo que pasar 290 días en el hospital. “No parece tanto, pero sí es mucho”, dice su padre.

Luego insiste en la idea de ser agradecidos. “Beber agua sin que te duela la garganta es un lujo”, sostiene. Hace esta reflexión porque en sus últimos días, debido a la enfermedad, a Pablo hasta eso le dolía. Por eso aconseja: “Hay que poner el corazón por delante, amar más, respetar más, ser más tolerantes y hacer lo que podamos por la sociedad en la que vivimos”.

Y una forma de hacerlo –como él preconizaba– es haciéndose donante de médula. A diferencia de la de sangre –que se hace en el momento–, en esta otra se expresa la voluntad de donar, pero únicamente se realiza si en el futuro cercano o lejano aparece un receptor compatible que la necesita. Dice Francisco que “es más fácil que te toque la lotería que siendo donante de médula ósea te toque donar”. Pero es importante que en caso de ser donante, éste no se eche atrás cuando un paciente lo requiera. Paco cuenta que a un amigo suyo lo llamaron para donar. Tuvo miedo y estuvo a punto de no hacerlo. Pero al final se atrevió. “Dice que es de lo que está más satisfecho en su vida”, asegura.

Pablo no sólo contribuyó a difundir este tipo de donaciones y trasplantes, que –aunque en su caso no pudo ser– salvan a dos de cada tres enfermos. También influyó para que se bajara la edad de los donantes. Antes de sus llamamientos, podían tener hasta 55 años.

Debido al aluvión de jóvenes dispuestos a donar que se produjo tras sus mensajes, el tope se redujo a los 40 años. Por eso, su padre comenta que “Pablo cambió el sistema de donación en España; ya que bajaron la edad de la donación y modificaron los protocolos. Con Pablo, como hubo tanta donación [inscripciones como donantes], se vio desbordado todo el sistema de donación y decidieron bajarlo a 40 años ”.

Pablo con su padre en el hospital. Pablo con su padre en el hospital.

Pablo con su padre en el hospital. / M. H.

El descenso de la edad supone importantes ventajas. Por un lado, los donantes tienen más vida por delante; de manera que las posibilidades de que puedan donar y salvar así a un enfermo son mayores. Por otro, una médula más joven es por lo general de mejor calidad.

Pablo recibió dos trasplantes, pero no funcionaron. “La médula importante es la de un joven. Porque yo le doné médula a mi hijo la primera vez; pero cómo va a competir mi médula con la de un joven... Es muy difícil”, reconoce Francisco.

La lucha de aquel joven marbellí y sus mensajes solidarios conmovieron hasta las administraciones que pusieron su nombre a calles, centros culturales y plazas de distintas ciudades de España.

Dice su padre que en aquella entrevista que le hicieron semanas antes de morir, él ya no ve a un niño, sino “a un maestro; asertivo y profundo”.

Aquel febrero de 2017, la familia esparció sus cenizas en el mar, cerca de la Torre de Marbella. Siete años después, su legado sigue vivo. Pablo está en cada persona que se hizo donante de médula por él, en el agradecimiento de los sanitarios que reconocen la labor de concienciación que realizó a favor de la donación, en las imágenes que quedan de él con aquella sonrisa contagiosa pese a las adversidades que afrontaba. Y está sobre todo, en la memoria; no sólo de su familia, sino de todos los que lo recuerdan con respeto y cariño...

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