El Tío Justo, el patriarca de La Palmilla
Denuncia que la barriada sigue estando “marginada” y se pregunta: “¿Quién es más español que nosotros que llevamos desde 1432 en España? Es una pena”
El Tío Justo mueve ficha, la última que le queda en la mesa. La jugada le ha hecho, de nuevo, ganador de la partida de dominó que se disputa en el porche de su casa, situada en el bajo de un bloque de pisos del número 21 de calle Cabriel. Tiene, a sus 83 años, una mente privilegiada, apostilla uno de sus contrincantes, quien reconoce que “el día en que ya no esté” nada será igual. Esa admiración, que queda latente con la resolución de conflictos de la que se ocupa en el barrio, le hizo merecedor hace ya más de siglo de la condición de patriarca.
Sólo el Tío Justo cumplía los requisitos que a todo líder del pueblo gitano se le exige. “No puede ser borracho ni mujeriego, ni tampoco abusón. Mi abuelo también era así. Tenía respeto y vergüenza a los mayores”, precisa Jesús, El Chule, uno de sus hijos.
Justo Rodríguez no solo es la autoridad en La Palmilla. También entre los gitanos de Andalucía. Es la persona, asevera, “que tiene la última palabra” y ésta se debe “cumplir a rajatabla”. “Cuando hay un malentendido, yo lo quito todo”, explica en una entrevista con este periódico, al tiempo que anuncia que “el día de mañana” entregará el bastón de mando a su hijo Vicente. “Gracias a él tenemos menos conflictos. Él será el patriarca”, advierte.
Estos meses atrás, los vecinos no se lo han puesto fácil. Varios tiroteos, aunque sin víctimas, han hecho que la presencia policial sea más habitual de lo que en la barriada desearían. Alguno de ellos ha terminado entre rejas. Aunque la situación parece estar ya controlada, hay otro mal endémico que al patriarca le sigue restando horas de sueño: el lastre de la marginación que, asevera, azota a La Palmilla.
Los vecinos llevan años denunciando el abandono institucional y la falta de empleo que les impide atravesar una línea imaginaria que cierra en círculo los núcleos de Palma, Palmilla, las 750 viviendas, las casas matas, la Virreina y el 26 de Febrero. El Tío Justo vuelve ahora a elevar la voz, hastiado de la discriminación que acogota, recalca, al pueblo gitano y se pregunta: “¿Quién es más español que nosotros que llevamos desde 1432 en España conviviendo con todo el mundo? ¿Por qué tenemos esa marginación? ¿No es una pena?”, denuncia el patriarca, que en un intento de reconciliarse con sus detractores emite un mensaje de paz: “Queremos que todos seamos amigos, que nos miren con el corazón sano, como nosotros los miramos a ellos”. Y a renglón seguido lanza otra advertencia: “A todo aquel que colabora conmigo le doy todo mi vida. Soy un hombre que ha hecho el bien”, defiende.
Desde que hace 50 años Justo Rodríguez asumiera el mando, La Palmilla ha experimentado una gran transformación, pero muchos de los problemas permanecen intactos, como si el tiempo no hubiera hecho mella. “La barriada ha cambiado mucho. No es la misma de antes. Entre todos los gitanos hemos hecho que vaya a mejor, pero queremos que tenga trabajo y mejores condiciones. Es una barriada marginada. Que vengan y sepan lo que es”, sentencia el Tío Justo, con la pretensión de retar a los que “no ayudan en lo que tienen que ayudar”.
Según sus cálculos, alrededor de 3.000 gitanos, viven en un distrito golpeado por las cifras del paro. “Hay muchos padres viviendo con tres y cuatro niños y cobrando 400 euros”, sostiene el patriarca. Los pensionistas son los que alimentan a hijos y nietos. Un vecino asegura ser ejemplo de esta situación. En su caso, sobreviven siete personas –entre ellas cuatro menores– con la paga de 390 euros que él cobra por una minusvalía. Y con ese dinero, se lamenta, tienen “que hacer magia”. “Almorzamos y cenamos con 10 euros”, resalta.
El hombre denuncia que las políticas sociales “no apoyan a los gitanos” y que, por el hecho de tener un apellido concreto “ya lo miran muy mal”. “Nos hemos enseñado a plantar, a cuidar animales... Pero no hay forma de encontrar nada”, subraya.
En el porche de el Tío Justo se juega una nueva partida de dominó. Esta vez con el debate de fondo sobre la presión vecinal contra el clan gitano al que en Vallecas acusan del homicidio de un hombre por una pelea por los perros. “A nosotros nos mataron a Mari Luz –la niña onubense de cinco años– y no fuimos a por la familia de nadie”, denuncia uno de los jugadores mientras oculta las fichas a las miradas cómplices del resto.
No hay comentarios