La lucha de un guardia civil contra los clichés del pueblo gitano

“Estoy orgulloso de ser gitano y guardia civil”

  • Antonio Martín es marbellí, cabo primero en la Comandancia de Almería y calé “por los cuatro costados”

  • Ha impulsado junto a El Chule un proyecto en La Palmilla para romper estereotipos

Cuando Antonio viste de paisano tiene que mostrar su placa de identificación “hasta cuatro y cinco veces”. Sus compañeros –los que no le conocen– la observan con lupa para asegurarse de que no es falsa. A muchos les cuesta creer que quien luce ese pañuelo de lunares a juego con chaqueta de ribetes satinados y presume de ser calé “por los cuatro costados” ingresó en la Guardia Civil hace ya 28 años y mantiene, defiende, un expediente intachable. “Hasta un policía ve extraño que un cabo primero sea gitano. Es increíble en el siglo XXI. Eso a mí me parte el alma”, reconoce Antonio Martín, el agente de la Benemérita que, como profeta en su tierra, recorre La Palmilla para tratar de poner fin a los estereotipos.

Lo hace acompañado de El Chule, un primo suyo ahora reconvertido en un activista solidario que ofrece alimentos a 150 personas cada día en el comedor social Er Banco Güeno. Ambos batallan para reflotar un barrio marcado por los prejuicios racistas, tan extendidos como negados y tan dañinos como invisibles.

Antonio muestra junto a El Chule la bandera gitana Antonio muestra junto a El Chule la bandera gitana

Antonio muestra junto a El Chule la bandera gitana / Javier Albiñana

“Queremos romper barreras. Se dice que el gitano debe integrarse en la sociedad, pero creo que también tienen que hacerlo los payos, para que no se asombren cuando nos vean de uniforme o pidiendo trabajo. Somos personas de buena voluntad, que no nos encasillen por el color de la piel donde no nos corresponde”, apostilla el guardia civil, que espera, además, una mayor implicación con el pueblo gitano por parte de las administraciones. “No sirve de nada que den cursillos a los jóvenes ni una Vivienda de Protección Oficial (VPO) si estos no tienen un empleo ni un plato de arroz que echarse a la boca”, asevera.

"Los payos también tienen que integrarse en la sociedad, que no se asombren cuando nos vean de uniforme o pidiendo trabajo"

Antonio no es el único guardia civil de sangre gitana destinado en Andalucía, pero algunos “ocultan que lo son por miedo y temor a ser rechazado”. El funcionario lleva con orgullo el tricornio y aprovecha, dice, su condición de policía para empatizar con los de su etnia. “Aunque eso no significa que les quite una multa, sí hablo con ellos para convencerles del daño que pueden hacer si van a una velocidad determinada”, recalca el agente, que defiende la vía del diálogo.

"Aquí deben integrarse todos: los gitanos y los payos"

Nunca ha detenido a un calé

Reconoce que nunca ha detenido a un calé. Fue una de las condiciones que, según su testimonio, exigió a su responsable al entrar a formar parte del grupo de investigación en el que lucha contra la delincuencia organizada de mafias. El guardia civil pidió expresamente no participar en operaciones en las que hubiera gitanos implicados y que tampoco se recurriera a él para traducir el romaní, propio de los calés. El destino, sin embargo, le ha llevado a coincidir con muchos en los calabozos. “Se quedan parados al ver que hablo caló como ellos. Algunos hasta son parientes míos. Uno nunca debe olvidar de donde viene”, remacha.

Antonio, que es marbellí, está destinado en la Comandancia de Almería, en la que ocupa el puesto de cabo primero de Policía Judicial. Desde allí viaja a Málaga con frecuencia y divisa cada rincón de un barrio como La Palmilla donde los chascarrillos se suceden a cada paso. “¿A quién hay que detener?”, pregunta buscando la complicidad de El Chule. Y mientras observa con clemencia a un motorista sin casco que trata de ocultar su rostro bajo una gorra.

El desconcierto que entre los vecinos provoca la presencia de Antonio resulta a veces notorio. Los más desconfiados sospechan de una posible redada antidroga. Otros se preguntan si el uniforme con el que pasea por las calles es un disfraz. “¿Dónde va éste con pistola?”, pregunta en tono jocoso una mujer. “Ya mismo me vengo aquí. Voy a comprar un piso”, advierte Antonio. ¿“Un guardia civil en La Palmilla?”, responde, con cierto recelo, otra vecina.

Antonio entra a saludar en una panadería de La Palmilla Antonio entra a saludar en una panadería de La Palmilla

Antonio entra a saludar en una panadería de La Palmilla / Javier Albiñana

El proyecto en el que trabaja con El Chule se propone, además de frenar la discriminación que afecta al pueblo calé, la prevención del delito, principalmente en la población reclusa que ya ha cumplido condena. “¿Qué hace una persona que sale a la calle después de 20 años presa? Intentamos integrarlos en la sociedad, a través de un puesto de trabajo o con una vivienda”, subraya.

Una labor que también desempeña desde la iglesia evangélica de Filadelfia, a la que pertenece. “Soy cristiano. Realizamos proyectos de inserción social, de absentismo escolar, de recogida de alimentos y reparto de mantas a los indigentes”, detalla orgulloso.

El guardia civil bendice la mesa en La Casa de la Buena Vida El guardia civil bendice la mesa en La Casa de la Buena Vida

El guardia civil bendice la mesa en La Casa de la Buena Vida / Javier Albiñana

El guardia civil pretende además acabar con los “guetos”, esos que, a su juicio, se crearon en la década de los 60, 70 y 80 con la única intención de “apartar y marginar a los gitanos”. “Es una manera de quitarse un problema de golpe. Hacemos unas viviendas en La Palmilla, Los Asperones o en las Albarizas –en Marbella–. Metemos a los gitanos y que se las arreglen entre ellos. La Policía casi no entra de día en estos barrios y menos por la noche”, denuncia el cabo, que anima a la población a visitar los barrios más degradados. “Hay quien con 80 años no ha ido a La Palmilla o a Los Asperones”. “No nos comemos a nadie”, sentencia.

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