Málaga

Vidas unidas por el campo

  • Mientras la crisis económica obliga a unos a abandonar la ciudad para dedicarse a la agricultura, hay otros que hartos de su profesión deciden buscar una nueva oportunidad

Hay momentos en los que dar un giro radical a lo que hasta entonces ha sido la vida con la que uno soñaba se convierte en una necesidad vital para alcanzar la ansiada felicidad. Es lo que debió sentir Irina cuando hace dos años decidió sustituir el maletín y su despacho al que acudía cada día en el bufete de abogados que había logrado montar en Granada después de cinco años de esfuerzo por el tractor y los aperos de labranza. No fue una decisión fácil pero sí fruto de la decepción sobre la forma de vivir que había elegido hasta entonces. El estrés, las prisas, la dificultad para mantener en pie sus valores morales y un mundo hostil al que enfrentarse cada día en el ejercicio de su profesión llevaron a esta joven de tan sólo 31 años a dejar todo por lo que había luchado para abrir un nuevo capítulo en el que el campo se convertiría en su modo de vida.

Sus amigos, sus colegas de profesión y hasta su familia se echaron las manos a la cabeza cuando Irina Hueso les contó que a partir de ese momento se iba a dedicar a cultivar las tierras que anteriormente habían trabajado desde los años 40 sus abuelos en una finca del municipio malagueño de Cuevas Bajas. Cambió el Derecho por la agricultura y la ciudad por el campo en un abrir y cerrar de ojos y a pesar de ese giro de 180 grados hoy por hoy asegura que es "lo mejor que he hecho en mi vida". No sólo no se arrepiente sino que día a día está más convencida de que "de nada sirve el dinero si no tienes tiempo ni calidad de vida para disfrutarlo".

Ahora reconoce que hay veces en las que le cuesta llegar a final de mes porque "no siempre resulta fácil cubrir los costes de producción", pero aún así dice que es "feliz" y que no lo cambiaría por el juego que había sido su vida hasta ese momento en el que era "una simple marioneta". Aunque también es consciente de que no es oro todo lo que reluce y que el trabajo en el campo se hace muy duro. Arar, sembrar, recolectar la cosecha y, lo que menos le gusta, negociar con los intermediarios es su tarea diaria. Pero tiene la suerte de contar con la ayuda de su novio que también es agricultor y tiene una pequeña finca en Granada a la que le dedican la mitad del tiempo.

En estos dos años se ha acostumbrado perfectamente a la vida en el campo y a las tareas que requiere el cultivo de las patatas, ajos y trigo al que se dedica. Maneja el tractor como si fuera un simple turismo y no se le caen los anillos si tiene que descargar abono, recolectar la cosecha a mano o coger el azadón para arar la tierra. Algo parecido le ocurrió a Jesús Villena, un psicólogo de 38 años que trabajaba para una empresa pública de la Junta de Andalucía como orientador laboral, cuando hace un año pidió una excedencia y se lió la manta a la cabeza para dedicarse a la agricultura. En su caso, el campo siempre le había atraído no sólo por su desarrollada concienciación ambiental sino porque su padre es agricultor y lo ha vivido muy cerca desde pequeño.

De hecho, fue gracias a que su progenitor le arrendó una finca de unas cuatro hectáreas en Vélez-Málaga donde ha logrado su sueño de cultivar de forma ecológica aguacates y mangos. No se lo ha planteado nunca pero tocaba hacer un parón en su vida laboral y decidió probar suerte con la agricultura. Jesús se considera a sí mismo como "un inexperto con muchas ganas de aprender" que no se ve ahora haciendo lo que hacía cada día hace apenas un año. Trabaja sin descanso pero "estoy disfrutando tanto que cada vez tengo más claro que mi vida ha tomado un rumbo que no creo que quiera cambiar en un futuro", contó.

Distintas han sido las razones que han obligado a Francisco Gazada a buscar en el campo su sustento. A sus 28 años, la construcción había sido su forma de vida hasta que hace poco más de un año la crisis económica se agudizó y hubo que buscar refugio en otro sitio. Su suegro le echó una mano y le arrendó una finca de olivos en Cuevas del Becerro a la que ahora se dedica en cuerpo y alma. Es consciente de que si la burbuja del ladrillo no hubiera explotado "nunca me hubiera dado cuenta de que hay otras alternativas que aunque no te den tanto dinero te permiten trabajar para ti mucho más tranquilo".

A Alonsi Navarro de 42 años la crisis también le obligó a adaptarse a la nueva situación. Él, en cambio, siempre ha estado relacionado de alguna manera con la agricultura. Se dedicaba a la froricultura en Alozaina, aunque uno de los pilares más importantes de su negocio era la venta de macetas ornamentales para los jardines de las urbanizaciones nuevas que se han construido en los últimos años en la Costa del Sol. Pero cuando el boom inmobiliario tocó fondo, asegura que no le quedó más remedio que "buscar nuevas fórmulas y cultivar la tierra para salir adelante". Junto con su mujer, ha conseguido poner en marcha incluso una red de venta por internet que no le está yendo nada mal.

A todos, el campo les ha dado una nueva oportunidad.

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