Calle Larios

Confinados en Lagunillas

  • En algunos barrios de Málaga los cierres perimetrales son notas naturales, el día  a día de una ciudad que se da la espalda a sí misma mientras la resistencia se resigna a perdurar

En Lagunillas, la ruina y el olvido hacen su trabajo al ritmo que dicta la especulación.

En Lagunillas, la ruina y el olvido hacen su trabajo al ritmo que dicta la especulación. / Javier Albiñana (Málaga)

EN la plaza Miguel de los Reyes hay una reunión improvisada, espontánea al menos en apariencia, aunque nunca se sabe: cuatro hombres entrados en la tercera edad de la Esfinge, todos ellos de buen año, bien pelados y mejor afeitados, con abrigos unos, peligrosamente descubiertos otros a pesar del frío que corre, departen sobre lo divino y lo humano, igual que si sometiesen a crítica racional lo mismo las vías tomistas que la pertinencia de los alejandrinos en la poesía épica. Llevan sus mascarillas pero sus voces se escuchan álgidas, resonantes, como empujadas por altavoces mecánicos desde sus gargantas. Es un mediodía frío, de gatos ateridos y brasero prendido bajo la mesa camilla. En una de las coquetas casas que se disponen en la otra acera, ahora levantada por las obras (la intervención parece ser, de hecho, uno de los ejes del debate masculino: periódicamente llegan camiones con materiales descargados hábilmente por manos adiestradas), Jesús Cautivo invoca una trascendencia que por alguna razón únicamente explicable en los estados menos rígidos de la conciencia encaja, plena de sentido, con los graffitis que reclaman la revolución feminista a dos pasos. Por una ventana abierta se filtra la música de Jarabe de Palo. Hay más arte urbano de carácter reivindicativo, en pro de la escuela pública y de otras causas; pero también hay paisajes oníricos, cuerpos celestes, personajes de cuento, un gigantesco Pablo Ráez y delimitaciones fronterizas de reinados urbanos. El asador Don Pablo reparte los primeros pollos de la jornada. Dos amigas que aún no han cumplido los quince caminan a toda prisa en bata mientras escuchan reguetón a toda mecha en un móvil. Un hombre de gesto malhumorado casi les recrimina que vayan a tal velocidad, pero está demasiado enfrascado en el encendido del cigarro que sostiene sobre la mascarilla replegada: el viento helado conduce al fracaso cada intento. En la pequeña placita del cruce con Vital Aza hay dos treintañeros rubísimos y vestidos con manga corta que conversan entre risas en un remoto idioma europeo. Justo al lado, frente a dos contenedores de basura, se amontonan bolsas, escombros, cartones, botellas de plástico, un patinete varado y hasta un váter desvencijado. En la otra acera, las cafeterías y peluquerías que llevaban años en la lucha cerraron mucho antes de que estallara la pandemia, con lo que el paisaje más inclinado a la fatalidad es aquí una costumbre ya anodina. En La Polivalente han abierto y preparan la actuación que tendrá lugar a primera hora de la tarde. Muy cerca, en un solar bajo el que han aparecido unos restos arqueológicos, se anuncian futuros pisos de uno y dos dormitorios. Algo más al norte, ya cerca del Jardín de los Monos, lo que se anuncian son apartamentos turísticos en extraño contraste con los corralones centenarios en los que la ruina, implacable, sigue haciendo su trabajo.

El tiempo juega aquí a hacerse el congelado, como si hibernara sin ganas de despertar

Casa Ceferina cerró ya con el título de la tienda de ultramarinos más antigua de Málaga. Lagunillas ha cambiado mucho desde 1895, pero de alguna forma el tiempo juega aquí a hacerse el congelado, como si hibernara sin demasiadas ganas de despertar. En la Plaza Esperanza una madre regaña a su hijo, un adolescente con pinta de poco espabilado, por no haberle hecho bien el mandao mientras una joven pasea a un bulldog pequeño que resopla a pesar del frío. A partir de aquí, la estampa se modifica sensiblemente gracias a las tiendas, donde los vecinos ultiman las compras de la mañana. En el suelo hay ahora unos bonitos reclamos publicitarios que invitan a hacer uso del comercio local y la nueva floristería está radiante, mientras la cola persiste en el legendario despacho de lotería. Lagunillas respira, por tanto, su habitual mezcla de derrota y esperanza: Málaga es aquí una ciudad que se da la espalda a sí misma, que pasa inadvertida incluso a un paso del centro histórico. El cierre perimetral es un signo cotidiano. No hace falta una urgencia sanitaria para que ciertos barrios sean pasados por alto. La resistencia se resigna a perdurar.

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