Calle Larios

Hacer lo que hay que hacer

  • Frente el empeño de algunos en querer saber más que el vecino y en la desconfianza como máxima absoluta, hay quienes ofrecen motivos para la esperanza

  • No está mal para un domingo

Teresa es la segunda por la izquierda. Aquí la tienen, con sus amigas, justo después de que todas ellas hayan recibido su segunda vacuna.

Teresa es la segunda por la izquierda. Aquí la tienen, con sus amigas, justo después de que todas ellas hayan recibido su segunda vacuna. / Marilú Báez (Málaga)

Teresa es vecina de El Limonar. Hace unos días acudió a su centro de salud para recibir su segunda dosis de la vacuna contra el coronavirus. Lo hizo en compañía de unas amigas, que no dudaron en celebrar el acontecimiento a renglón seguido, con un desayuno a la altura. “Pero la celebración de verdad vino después, en mi casa. Llevaba mucho tiempo esperando este momento. A mi marido, que es mayor que yo, ya lo habían vacunado. Yo lo estaba deseando. Así que no me lo pensé dos veces: nos servimos una copa de vino y brindamos, con todo el alivio del mundo, después de un año tan difícil”. Pero si el clásico se empeña en afirmar que las desgracias nunca vienen solas, a veces sucede lo mismo con las alegrías. Casi al mismo tiempo en que Teresa brindaba por su segunda vacuna, la Junta de Andalucía anunciaba el fin del cierre perimetral de las provincias, con lo que la fiesta continuaría este fin de semana en Granada: “Llevo treinta y dos años viviendo en Málaga, pero soy de Granada y tengo allí a mi familia, a mi hermana, que también se ha vacunado. No he tenido hijos, así que seguramente por esto me siento muy unida a mi gente de Granada, y hace ya mucho que no los veía. Así que nos vamos para allá, por fin, y brindaremos otra vez, todos juntos, con una copa de Ribera”. Teresa cuenta su experiencia con un tono amable, templado, con una serenidad que exhala una pasión cristalina por la vida, por lo que vale la pena ser vivido. Sus ganas de celebración ante la misma vacuna por la que algunos muestran recelo, precaución o directamente desprecio demuestran algo fundamental: desde su sencillez a la hora de expresar sus emociones, Teresa es una mujer sin miedo. Echa de menos los encantos de su vida cotidiana y no duda en abrazar la solución que puede devolvérselos: “El año pasado no pisé la playa por precaución, y eso que me pilla muy cerquita. Pero este verano pienso desquitarme. La playa no me la quita nadie”. Al escuchar las razones por las que una vecina de Málaga decide brindar así, con el mundo por montera, en absoluta libertad y sin reparos, piensa uno, con cierto pellizco en el estómago, en todos los cantamañanas que se dedican a sembrar dudas y desconfianza, en los cuñados que viven de aparentar que saben de todo más que el de al lado, en los iluminados que ven en la mascarilla una imposición política, en los pelmas que no se cansan de soltar homilías sobre los peligros de las vacunas, en todos los púlpitos y altavoces ofrecidos a negacionistas y aprovechados que han podido escupir así sus soflamas con un éxito multiplicado; por el contrario, el ciudadano que hace lo que tiene que hacer, que asume el mayor compromiso sin hacer ruido ni suscitar escándalos, pasa inadvertido, anónimo, sin pena ni gloria, sin méritos al cargo. Pues bien, por un servidor que no quede: aquí están Teresa y sus amigas. Y su lección merece no ser olvidada.

Mientras los más listos de la clase andan pregonando el apocalipsis, Teresa brinda con una copa de vino

Porque a Teresa nadie podrá quitarle sus razones para brindar. Mientras los más listos de la clase andan pregonando el apocalipsis, ella se sirve una copa de vino, consciente de que gracias a su vacuna no sólo ella queda fuera de peligro: “Cuando fui al centro de salud vi que faltaban algunos a los que habían dado también cita, como a mí. No sé por qué, por miedo, por desconfianza, no lo sé. Pero deberían saber que con la vacuna se protegen a sí mismos y a los demás. Nadie se debería quedar sin vacunar. Después de un año tan malo, con todo lo que ha pasado y con tanto sufrimiento, no entiendo que haya quien decida no vacunarse”. Todo lo que cabe decir respecto a la ética, desde Aristóteles hasta Albert Camus, puede formularse de tal manera. Teresa acudió a su centro de salud sin preocuparse por posibles reacciones (que, afortunadamente en su caso, no acontecieron), con la certeza de que lo que ganaba a cambio era mucho mayor. Y pienso, mientras la escucho, en que por más que los cenizos se las apañen para parecer un ejército, con medios y redes sociales a su servicio; en que las voces que más se elevan adquieran siempre ese tono de alerta irracional y ciega, es una mayoría mucho más notoria, aunque silenciosa, la que, como Teresa, hace lo que corresponde, lo justo, lo que conviene a este tiempo. De modo que no está mal que a estas alturas, a pesar de la que está cayendo todavía, alimentemos ocasiones para el brindis y compartamos la alegría de quienes se consideran con derecho a la celebración. Si a la esperanza le corresponde un nombre, que sea el de Teresa.

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